
Por Redacción - 3 Enero 2018
Solo hay que pensar en nuestros hábitos de compra de libros para ver una realidad sobre cómo consumimos y cómo valoramos de manera diferente las cosas. Por muy diferentes que sean nuestros presupuestos en lo que a libros se refiere y por mucho que se compre de modos distintos este tipo de productos, casi todos los compradores coindicen en un punto. Lo que están dispuestos a pagar por un libro en papel está muy lejos de lo que están dispuestos a pagar por un libro en formato electrónico. El libro es, al final, el mismo, pero la relación que establecemos con cada uno de ellos no lo es. El libro en papel recibe una suerte de valor, mientras que el electrónico no tanto y pagar más de 6 euros por él nos parece un atraco.
Y lo que ocurre con los libros ocurre con muchos otros bienes que se pueden comprar de forma tangible o no tangible, algo que el boom de la tecnología y la revolución en los soportes ha hecho cada vez más posible. No solo los libros pueden ser poseídos de ese modo. También lo pueden ser las fotos, las películas o la música, por poner otros ejemplos. Y en todos ellos se sentirá de un modo diferente el producto si se tiene o no de una manera que se pueda tocar.
Pero ¿qué es lo que hace que vemos las cosas de un modo diferente si en realidad son las mismas, solo que en presentaciones distintas? Si se le pregunta al propio consumidor, posiblemente de unas cuantas razones ligadas a lo emocional para explicar esta separación de puntos de vista. Las cosas físicas se ven de un modo distinto que las cosas digitales.
Un equipo de investigadores se ha centrado en intentar responder a esta pregunta y ha realizado diferentes estudios sobre una muestra consumidores a los que sometieron a varios tests.
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