
Todos los días tomamos cientos de decisiones, desde las más triviales hasta las que podrían calificarse como importantes para nuestra vida o nuestro futuro. En una empresa las decisiones diarias también se suceden una tras otra, lo que hace que en demasiadas ocasiones las decisiones importantes entren en el mismo saco que las triviales y se tomen decisiones estratégicas sin pararse lo suficiente en ellas, lo cual pone en peligro la rentabilidad de la empresa y en algunas ocasiones incluso la propia supervivencia del negocio. ¿Cómo podemos hacer fácilmente algo tan complejo como la planificación estratégica?
Un proceso de planificación estratégica puede dividirse en fases o en partes consecutivas, aunque esta división en partes es más una cuestión de abordaje del asunto para poder exponerlo que un fraccionamiento real, ya que la planificación es en sí misma una serie de pasos consecutivos y vinculados unos con otros.
La necesidad de tomar decisiones a medio y largo plazo debe existir y ser considerada necesaria, es decir, será la previsión basada en certezas la que nos aconseje que se debe tomar una estrategia u otra sin esperar a que llegue el momento de la urgencia. No conviene esperar a que no quede más remedio y entonces haya que agarrarse a un clavo ardiendo. Por ejemplo, algunas empresas de máquinas de escribir vieron en la aparición de los ordenadores una amenaza que activó la necesidad de una nueva estrategia en sus empresas, al igual que pasó con el sector de la venta y revelado de carretes cuando apareció la fotografía digital, otros esperaron demasiado porque eran decisiones a largo plazo y había otras cosas más urgentes aunque menos importantes que hacer, y cuando llegó el momento crítico ya no tenían margen de maniobra.
Plantearse nuevas estrategias. Esto sólo puede producirse si se está convencido de la necesidad indicada en el paso anterior y lo más normal es que suponga los siguientes retos:
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