
¿Realmente están en juego la reputación y la imagen de las grandes marcas de ropa?
En 2013 un edificio se derrumbó en Daca, la capital de Bangladesh. El derrumbe dejó una lista de cifras impactantes. Murieron más de 1.100 personas y unas 2.400 resultaron heridas. La noticia se convirtió en material de apertura para los medios de comunicación de todo el mundo, especialmente cuando se descubrió qué era lo que se hacía en ese edificio. Aunque tenía varios usos comerciales, el edificio albergaba varias fábricas de ropa en la que se fabricaba para grandes gigantes del mundo de la moda.
Este hecho se convirtió en material para muchísimas críticas, para muchísimas columnas en medios, para muchísimos reportajes y para muchísimas quejas de los consumidores, que llenaron las redes sociales de quejas y prometieron no comprar más en las marcas que formaban parte de la lista de las que eran fabricadas en aquellas fábricas. Las multinacionales de la moda firmaron un acuerdo en el que se comprometían a hacer inspecciones independientes en las fábricas en las que se fabricaban sus productos. Primark, una de las compañías que había cosechado más críticas, entregó una indemnización de 200 dólares a las familias de los fallecidos.
El derrumbe se vio además como una especie de golpe directo contra la línea de flotación de la imagen de marca de las compañías del denominado fast fashion. Los consumidores ya no podían mirar hacia otro lado y decir que no sabían de dónde venían esas camisetas que compraban en las tiendas a cinco euros y esos vestidos y pantalones que renovaban cada temporada. La parte más gris de la industria de la moda había quedado completamente al descubierto y se había convertido en noticia de apertura en los telediarios de todo el mundo. Por haber, hasta había habido declaraciones formales de políticos de media Europa y del recién elegido Papa Francisco lamentando lo ocurrido e invitando a reflexionar sobre lo que había llevado a ello. Como fichas de dominó, todo el mundo estaba uniéndose a la voz crítica y pidiendo cambios y prometiendo no comprar nunca más en esas compañías.
Pero ¿realmente afectó a la línea de negocio de esas firmas lo que había ocurrido? ¿Tuvo un impacto directo sobre su facturación el golpe que los hechos habían tenido sobre su imagen de marca? ¿O los consumidores se quedaron al final con otros elementos asociados a su imagen corporativa a pesar de todo? Tomemos el caso de Primark.
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