
Las marcas deben olvidar a la familia tradicional y comprender a las familias modernas
Por Redacción - 10 Noviembre 2016
Uno de los tradicionales recursos a los que echan mano las marcas a la hora de conectar con los consumidores es el de apelar a la familia. La familia siempre vende, porque al fin y al cabo resulta muy fácil identificarse con ella y muy sencillo que esos mensajes que lanzan nos resulten relevantes.
Además de ser un poderoso elemento para crear mensajes (y la avalancha de anuncios de Navidad de aires familiares y que apelan a la idea de la familia siempre unida y conectada son una buena manera de verlo), la familia ha sido siempre un poderoso motor de consumo y uno que las marcas quieren tener siempre de su lado. Las marcas lanzan mensajes orientados a las familias y productos para ellos, ya que al final son esos consumidores familiares quienes compran de forma masiva. Son las familias las que hacen la compra semanal o las que gastan en ciertos productos. Son las familias las que se compran un coche, las que invierten en un piso y las que compran unas vacaciones en cierto destino turístico.
Pero ¿sigue siendo todo esto verdad? Y, sobre todo, ¿qué es exactamente lo que se entiende por familia y lo que mueve por tanto el consumo?
En los últimos años se han producido bastantes cambios sociales que han modificado por completo las relaciones familiares y que han hecho que sea mucho más visible el que existen familias que van más allá de papá, mamá y los dos niños. La sociedad es cada vez más diversa y esto está impactando no solo en su estructura sino también en los hábitos de consumo y en lo que las marcas deberían hacer para conectar con sus consumidores. Los productos que se venden y el quién los compra han cambiado en los últimos años.
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