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¿Por qué las marcas siguen usando una y otra vez la felicidad para vender?

El interés de las marcas en la felicidad y el hecho de que la han convertido en un recurso para vender más y más también invita a reflexionar sobre otro tema.

Por Redacción - 15 Diciembre 2016

La felicidad persigue al consumidor allá donde vaya. Prácticamente cualquier cosa intenta posicionarse como la llave para ser feliz y para hacer que el consumidor se sienta decididamente mejor. Puede ser un quitagrasas para la cocina, puede ser la última bebida de moda, puede ser la tienda de muebles de la esquina: todos quieren posicionarse en el terreno de la felicidad y como la herramienta para conseguirlo.

La cuestión es, en cierto modo, un eco de lo que ocurre en la sociedad. Nos hemos obsesionados con estar felices, con serlo y no dejamos que un resquicio de tristeza se cuele en nuestro día a día. No nos permitimos estar tristes y no nos permitimos, tampoco, esas cosas que nos pueden empujar hacia la tristeza. El mundo tiene que ser en tecnicolor y todas las cosas tienen que ser bonitas, amorosas y emocionales. El mundo que nos rodea tiene que ser como una suerte de tablero de Pinterest.

Todo ello ha creado una presión social muy elevada, en la que la tristeza se ha convertido en una suerte de elemento maldito y tabú (aunque nos olvidemos por el camino de que todos tenemos derecho, al igual que a estar felices, a estar tristes), al tiempo que ha creado un caldo de cultivo para toda suerte de productos para generar felicidad (desde tazas con mensajes optimistas a elementos de decoración para crear buena onda) y, sobre todo, para que las marcas jueguen con todas esas ideas para posicionarse en el mercado. Al fin y al cabo, si los consumidores quieren felicidad, las marcas le darán felicidad (o la promesa de la misma), aunque lo que es ser feliz y no ser feliz empiece ya a estar un tanto desdibujado en un mercado en el que las promesas de felicidad se han decididamente banalizado.

Las marcas dan a los consumidores lo que estos quieren y, sobre todo, lo que vende. Los anuncios de Navidad son un clarísimo ejemplo de la tendencia. Todos ellos están llenos de mensajes emocionales, que, aunque buscan hacer llorar, sí, tienen un regusto a cuento de hadas. Al final del anuncio nos espera el final feliz, ese en el que los protagonistas, ya sea una zanahoria animada o un perrito encerrado en casa desesperado por probar una cama elástica, recibe lo que esperaba. Con el fundido a negro que marca el final del anuncio, somos conscientes de que todos ellos serán felices y comerán perdices.

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