Por Redacción - 5 Julio 2021
Uno de los temas sobre los que se ha estado hablando de forma casi recurrente desde que empezó la pandemia del coronavirus y se pusieron en marcha medidas de distancia social y de confinamiento de la población ha sido el cómo este nuevo contexto ha afectado a la salud mental de los ciudadanos. Es posible que nunca se haya hablado tanto de distancia social como ahora y que no se haya hecho, además, de un modo tan amplio y que intenta eliminar de la ecuación los prejuicios como ahora.
Los efectos que la pandemia ha tenido en la psicología de los consumidores son notables. Los medios llevan meses hablando de la tristeza covid, la sensación que tienen las personas de que el futuro es muy negativo y que están en una especie de hoyo del que parece difícil salir.
La tristeza covid llevó a que se sintiese fatiga pandémica, un profundo cansancio ante lo que la enfermedad suponía. "Es como ir en tren y ver cómo pasa tu vida, pero tú estás fuera", decía un paciente afectado de esta pesadumbre sobre cómo se sentía, durante el pasado invierno. La tristeza estaba afectando a todo, desde cómo se tomaban decisiones a qué se decidía hacer.
Sin embargo, los efectos que ha tenido la vida durante la pandemia no solo tocan la parte emocional, de sentimientos, sino que también han afectado a cómo funciona el cerebro. No es lo mismo el cerebro anterior a la crisis que el que es posterior a ella, como explican los expertos en neurociencia.
La clave está, como explican en FastCompany, en que el cerebro es plástico. Esto es, se adapta y se ajusta a las circunstancias, aprendiendo siempre del entorno.
De entrada, explican los científicos, el cerebro necesita la actividad social. El ser humano necesita lo que se conoce como homeostasis social: un equilibrio en las conexiones sociales que hará que se sienta bien y que esté conectado con su entorno.
El cerebro sabe qué conexiones son necesarias, y se va a adaptando al momento, ajustando aquí y allá para ser más o menos social según el momento. Es, como lo definen en el medio estadounidense, como un termostato social.
Pero ¿qué ocurre cuando el termostato quiere ajustarse y tener una vida social pero el contexto no le permite hacerlo? Como muchas personas contaron durante la pandemia y durante los momentos de mayor desconexión social por los procesos de confinamiento, en ocasiones se siente como una suerte de mono de relaciones sociales.
La neurociencia ha probado que ese es el comportamiento con el que el cerebro quiere dar un toque de atención. Cuando se reduce la actividad social, el cerebro se comporta de forma similar a cuando tiene hambre y te lo dice. Los patrones de actividad cerebral son similares.
Durante los momentos de aislamiento, como ha demostrado el estudio del cerebro de animales en ese contexto, la ansiedad y el estrés suben. Los niveles de cortisol de la gente con grupos sociales pequeños son, de hecho, más elevados.
Cuando están en uno de esos procesos, las personas se vuelven mucho más vigilantes, están mucho más pendientes de las consideradas amenazas sociales. Estás mucho más alerta y mucho más sensible a todo, se podría decir.
Y no solo eso: la falta de actividad social también afecta a la memoria, como han demostrado estudios en grupos que han tenido que pasar por aislamiento (como los científicos de la Antártida). El hipocampo es menos activo.