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¿Podrían las marcas terminar acabando con la buena imagen del internet de las cosas?

Periodista especializada en marketing, tecnología y cultura. Como escritora, autora...

Hace unos años, que las neveras se conectasen a internet y nos avisasen cuando la leche estaba a punto de pasarse o cuando no nos quedaban ya más huevos o más yogures parecía una especie de guiño a una película de ciencia ficción. Las persianas solo se bajaban solas en las películas futuristas (o en los hoteles de alta categoría, para lo que había que apretar un botón en un mando a distancia) y para engañar a los ladrones en vacaciones no había que programar nada sino más bien pedirle a algún amable vecino que vaciase nuestro buzón. Pero eso fue, efectivamente, hace unos años.

Desde entonces, han cambiado muchas cosas e internet ha empezado a estar más presente en nuestras vidas cotidianas: el internet de las cosas se ha convertido en moneda corriente. Las compañías de nuevas tecnologías han empezado a presentar cada vez más productos que encajan con esta nueva organización del mundo y de la vida cotidiana, como por ejemplo las ubicuas pulseras inteligentes para medir cómo se hace ejercicio o los más sorprendentes gadgets que sirven de ayuda con las plantas de casa. Los medios de comunicación se llenan de noticias sobre cosas inteligentes y los consumidores están cada vez más interesados en el internet de las cosas.

No hay más que ver cómo han crecido las búsquedas asociadas a este término en Google. Los consumidores sienten cada vez más interés en saber qué es el internet de las cosas y la gráfica de búsquedas no para de crecer. Tampoco para de crecer la presencia de estas soluciones en los titulares de los medios de comunicación.

Y si los consumidores quieren el internet de las cosas y están convencidos de que es la mayor manifestación del futuro inmediato, las empresas van a responder a todo ese interés. Las grandes firmas quieren aprovechar el tirón del internet de las cosas ya no solo para crear nuevas oportunidades para contactar con los consumidores, sino también para que su aura de modernidad les toque. Ellos quieren ser también modernos, tecnológicos, a la última. Y nada mejor que un tema como este para conseguirlo. Pero lo cierto es que las empresas podrían estar poniendo en riesgo esa imagen de modernidad, esa promesa de avance, con su entusiasmo.

Como señalan en una columna de MarketingMagazine, no es oro todo lo que reluce en el mundo del internet de las cosas. El internet de las cosas se encuentra ahora mismo en la que se conoce como fase de "hype", es decir, es el momento del bombazo (o quizás, más ajustado, de la burbuja).

La consultora Gartner publica cada año lo que ha bautizado como el hype cicle, y que en castellano ha sido traducido como ciclo de sobreexpectación. El ciclo se centra en los procesos de madurez, adopción y aplicación comercial de una tecnología concreta y destaca cinco etapas diferentes. Una de ellas es ese momento de hiperatención (que puede acabar con normalización o con simplemente pinchazo), que es en el que podría encontrarse el internet de las cosas según la columna y en el que se encuentra según el último hype cicle de Gartner. Este verano, la consultora lo posicionaba en el momento exacto de máxima atención e interés y justo en el momento previo al abismo que supone el pinchazo de las expectativas.

Parte de ese boom y de esas elevadas expectativas está en el interés que las empresas están consiguiendo despertar sobre el tema y que, según defienden en MarketingMagazine, es completamente artificial. Si bien existen productos que realmente se ajustan a lo que es realmente un producto inteligente, muchos de ellos no son más que versiones más o menos habituales de los productos lanzados al mercado a los que simplemente se les ha puesto delante el adjetivo de smart. Ser smart, inteligente, es la última moda en lo que a mensajes con los que seducir al público se refiere.

Pero el uso y abuso de la palabra ha creado también una serie de no-productos que no son realmente inteligentes y que han funcionado, en realidad, como la conclusión natural de un esfuerzo sublime y eficaz de los departamentos de comunicación y marketing de las compañías. Sus responsables de comunicación han sabido vender esos productos, han sabido caracterizarlos para que usen el tirón del bombazo y han aprovechado el momento del hype. A pesar de ello, al final, los consumidores no se encontrarán con nada realmente nuevo.

¿Están matando al internet de las cosas?

Y eso puede ser lo que al final resulte completamente fatal, ya que los consumidores pueden desencantarse ante el internet de las cosas antes incluso de que el internet de las cosas llegue realmente a ellos. Ese es uno de los grandes problemas cuando toca hablar de nuevas tecnologías: las marcas usan los términos y las promesas sobre lo que la tecnología puede hacer por el consumidor sin cumplir las expectativas y consiguen así desencantar a los consumidores.

El mal uso de algunas herramientas ya consiguió sepultarlas entre las cosas que los consumidores consideran que en realidad no valen para nada. Ocurrió, por ejemplo, con los códigos QR, que no se ofrecían para sumar valor añadido y que tampoco se empleaban de un modo que fuese fácil de leer o de acceder a ellos. Pero antes pasó con el Bluetooth y ahora está pasando con las aplicaciones (parece que todo el mundo necesita tener una app, aunque no tenga muy claro qué debe incluir en ella) o con las redes WiFi (todo negocio que se precie pone WiFi gratis, aunque no con un objetivo claro).

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