Por Redacción - 4 Enero 2016
La información se ha convertido en un nuevo valor al alza y está creando no solo una nueva revolución industrial basada en el dominio de los datos sino también un nuevo escenario en el que las empresas, las instituciones y hasta los ciudadanos se mueven a dos velocidades. Están quienes tienen acceso a los datos o quienes saben controlarlos en un mundo cada vez más complejo y completo y quienes se están quedando atrás en esta carrera porque no son capaces de acceder ni a los datos ni al control de los mismos. El mundo se mueve, por tanto, en dos velocidades y esas velocidades están marcadas por quienes acceden o no acceden a la información.
El beneficio de los datos ha quedado completamente claro en los últimos tiempos gracias a informes, estudios y casos prácticos que han demostrado el potencial de los mismos y el poder que tienen para llegar a los objetivos que las empresas quieren cumplir. Los datos permiten conocer mucho mejor a los consumidores y permiten tener una visión mucho más específica y mucho más efectiva no solo de cómo son realmente, sino también de lo que quieren, de lo que no quieren y de lo que les empuja realmente a comprar.
No hay más que tomar el ejemplo de uno de los primeros casos que se mostraron sobre el poder la información y cómo ayuda a adelantarse a las necesidades de los consumidores y a sus intereses. Durante el huracán Katrina, la cadena de supermercados WalMart estaba mucho mejor preparada para las necesidades de los consumidores de lo que lo estuvo la propia administración estadounidense. La compañía había usado el big data para predecir qué era lo que los consumidores compraban en situaciones similares y, sobre todo, para adelantarse a la magnitud de lo que venía por delante.
El big data es por tanto un recurso muy valioso, uno que hace que las cosas sean mucho más sencillas - o eso es lo que indica - para quienes saben emplearlo y usarlo para llegar a los consumidores. Pero el big data no funciona solo o no aparece como por arte de magia: para conseguir que los datos nos digan cosas, se necesitan grandes cantidades de información. Y ahí es donde el maná del big data se convierte en material de primera en lo que a problemas se refiere.
Para empezar, contar con muchos datos no es la única clave para triunfar y no es el único elemento que funciona o que vale. Las cosas son un tanto más complejas que eso: la información es tan importante por sí misma como por el elemento al peso. Se necesitan muchos datos, pero se necesitan datos que sean más o menos relevantes y sobre todo que funcionen dentro del escenario que se va a analizar. Las empresas necesitan acumular información, pero necesitan una información que sea verídica y que sea relevante.
A esto se suma que muchas compañías están viviendo una suerte de muerte por éxito. Tienen mucha información pero esta solo está sepultándolos en una especie de debacle del dato: no saben qué hacer con tanto dato y no saben cómo convertir esa avalancha informativa en algo realmente relevante. Por poner un ejemplo claro: poco importa ser el dueño de un gran bosque cuando se necesita leña para pasar el invierno si uno no tiene el material para talar todos esos árboles.
Y, finalmente, el poseer datos en exceso o el contar con datos que no son los adecuados no son los únicos potenciales problemas. También están aquellos que, en realidad, no tienen datos en absoluto. ¿Cómo sobrevivir en un mercado en el que no se posee información cuando la información es la nueva moneda de cambio o mejor dicho el petróleo que mueve las máquinas? La respuesta a esta pregunta es que la supervivencia es algo difícil.
Las pequeñas marcas, más apuradas
Esto es lo que está haciendo que el mundo se esté viendo empujado hacia un crecimiento a dos velocidades en lo que a desarrollo de las compañías se refiere. Las pequeñas compañías, las marcas más modestas, no tienen el alcance que tienen las grandes firmas para acumular datos y para convertirlos en una fuente de información que les ayude a comprender a los consumidores y ofrecerles mejores productos u ofertas más irresistibles. Su masa de clientes es mucho más pequeña y por tanto mucho menos representativa y a eso se debe sumar el hecho de que sus poder en cuestiones tecnológicas y de información es mucho más limitado. No pueden acumular tantos datos no solo porque no tienen el músculo para hacerlo sino porque tampoco cuentan con los recursos para lograrlo.
A esto se debe sumar que, además, muchas veces los datos que generan se quedan en el camino. Muchas de estas compañías son aún más dependientes de sistemas y servicios de terceros, como pueden ser las redes sociales, para interactuar y para conocer a sus consumidores, lo que hace que la información sea en realidad un balón prisionero en el patio de los demás.
El consumidor, ¿ahora más débil?
La cuestión no afecta además solo a las marcas que tienen que competir en un mundo en el que la información se vuelve más y más importante y en uno en el que ser capaces de emplear algoritmos y herramientas tecnológicas de última generación se han convertido en una realidad casi obligatoria si se quiere sobrevivir con éxito al futuro próximo. A este entorno y a esta realidad se deben sumar los problemas a los que se deben enfrentar los consumidores. Estos deben sobrevivir en un mercado en el que cada vez las empresas los conocen mejor, en los que las cosas parecen cada vez más complejas (y en el que comprender lo que está pasando o lo que las empresas están haciendo resulta cada vez más difícil) y en el que pueden empezar a sentir que las cosas se les escapan de las manos. Los consumidores sienten que tienen cada vez menos el control y se vuelven más recelosos ante la realidad que los rodea.
Por una parte, esto ha hecho que empiecen a preocuparse cada vez más y más por la privacidad y por las cuestiones relacionadas. Las leyes relativas a este terreno empiezan a ser cada vez más duras y más complejas y los consumidores empiezan a presionar cada vez más a los legisladores para que las empresas tengan más difícil acceder a la información y usar esas herramientas tecnológicas para conocerlos mejor u ofrecerles productos más irresistibles.
Por otra parte, hay quienes creen que los consumidores necesitan más conocimientos y que tienen que comenzar a entender mejor el mundo en el que se mueven. Como explica en una entrevista en El Confidencial, el profesor de la Universidad de Berkley, Edward Frenkel, dominar ese lenguaje en el que se mueven los nuevos parámetros del mundo es más que necesario. Hay que comprender las matemáticas, porque estas son las que permiten comprender todo lo que está pasando.
"Cuando digo que sin matemáticas no hay libertad quiero decir que si somos unos ignorantes de las matemáticas no podemos ser libres, porque entonces estamos dando el poder a una pequeña élite, que es la que conoce y usa las matemáticas", explica. Los consumidores tienen que ser capaces de comprender por qué está pasando lo que está pasando y sentirse cómodos analizando lo que las empresas y las instituciones están haciendo. "En la crisis económica global, por ejemplo, la élite usó modelos matemáticos inadecuados para generar enormes beneficios engañado al resto de la gente (y a veces también a ellos mismos)", recuerda Frenkel. El creciente uso de algoritmos que son los que nos dicen lo que tenemos que ver o descubrir o el creciente peso de la inteligencia artificial son cuestiones que deben ser analizadas y sopesadas y, sobre todo, ante las que los consumidores tienen que ser mucho más críticos. Deben, alerta el profesor, contar con las herramientas para comprender qué está pasando y cómo esto cambia todo.