La digitalización va aumentando su presencia silenciosamente en nuestras vidas. O quizá deberíamos decir que somos nosotros los que cada día nos adentramos en el nuevo entorno. Internet pasa de ser un sitio que visitábamos puntualmente a un espacio donde convivimos con amigos, colegas, marcas y máquinas. Todos unidos por la información, porque cada vez hay más datos que parametrizan nuestra vida. Incluso nuestras emociones, que ya expresamos en redes sociales a través de iconos binarios.
El tiempo que llevamos con internet no ha sido en realidad más que un período de pruebas y ensayos, en los que los no nativos digitales hemos tratado de asimilar nuestros esquemas tradicionales a los virtuales, desde la forma de comunicarnos hasta el propio concepto de lo que es un botón. El proceso que vivimos ahora de forma acelerada, y que llamamos digitalización, no es más que la normalización del cambio. La tecnología digital va a ser omnipresente, tanto como puede serlo la energía eléctrica y, sin embargo nadie habla de ella.
Con esta convicción, recientemente en un artículo acuñé el término de "digitalización invisible". Un entramado de redes de información en las que circulan datos entre personas, sistemas y máquinas, tan natural que dejará de ser tema de conversación. Las líneas de tecnología especializada serán múltiples y se concentrarán en tres tendencias conceptuales para las que la digitalización desempeña distintos papeles: La primera línea es la comunicación entre máquinas (M2M), que es el llamado internet de las cosas (IoT), para la cual el papel de la digitalización va a ser eliminar procesos en los que el ser humano no aporta valor.
La segunda tendencia es la de soportar las relaciones entre personas, tanto si se trata del ámbito personal como en el ámbito profesional. La accesibilidad a información global e inmediata permitirá potenciar el talento humano, permitiendo optimizar las funciones en las que aporta valor. La digitalización permite ensalzar las relaciones personales y potenciar las habilidades humanas por sí mismas, sin depender de la información que se maneja.
La tercera línea tecnológica se ocupará de mejorar la relación entre los hombres y las máquinas. Aunque últimamente andamos siempre detrás de nuestro móvil y pudiera parecer lo contrario, es la máquina la que estará siempre al servicio de la persona y a ella se debe adaptar. En este sentido se desarrollará un lado "amable" en los robots para conseguir una actuación -podríamos decir- prudente o no intrusiva. El rol de la digitalización en este caso es complementar las capacidades humanas.
La velocidad de la digitalización, sin embargo, más incluso que de la tecnología, va a ser una cuestión de cultura. En el sentido de que lo más costoso puede ser integrarla en nuestros hábitos de manera natural y de forma que adquiera toda la utilidad en nuestra vida diaria. La solución a las necesidades cotidianas es la que permite que la tecnología pase de los early adopters al main stream. Antes de esa fase, la adopción de costumbres digitales no pasa de ser un juego. Después, con la verdadera integración, es cuando se puede constatar que la digitalización de determinados usos ha llegado para quedarse. Es cuando podemos hablar de "digitalización invisible".