Profesor en ESIC Business & Marketing School. Profesional de la...

Por fin me decido a confesarlo a mis allegados, amigos, e incluso a los posibles lectores de estas líneas. Tras un exhaustivo y doloroso autodiagnóstico reconozco que padezco de monachopsis y tengo también una clara sintomatología de occhiolismo.

Sufro "monachopsis" porque, de un tiempo a esta parte, comienzo a tener la sutil pero persistente sensación de estar fuera de lugar. Y si a eso añadimos la conciencia de lo escasa que es mi perspectiva para juzgar lo que me toca vivir, estamos ante un cuadro evidente de "occhiolismo". Me falta por saber la "gravedad" de tales patologías y sus posibles tratamientos, así que por ahora solo me queda confiar en el sentido común y evitar las películas de ciencia ficción.

Añadiré que este anexo, personal e intransferible, a mi cada vez más extenso historial médico ha sido consecuencia inevitable de la lectura del Diccionario de los dolores oscuros de John Koenig. En mala hora, porque uno, que no es propenso a la hipocondría, sin embargo, ha debido rendirse a la evidencia que debo sin más explicar.

Como ya se ha repetido hasta la saciedad, hoy lo único permanente es el cambio. La evolución, de hecho, es la causa de que hayamos llegado hasta aquí, pero el matiz diferenciador es que ahora el cambio no es una consecuencia del crecimiento sino un estado en sí mismo; es a la vez la raíz y el fruto, el origen y el destino, el único "menú" posible que hoy se nos ofrece para degustar o al menos digerir nuestra vida. Es, además, un cambio que, dada su capacidad de auto- regeneración y procreación, tiene visos de convertirse en crónico. Son pues tiempos de mudanza permanente.

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