Hoy es frecuente encontrarse con artículos, ensayos y opiniones en general dedicados a descubrirnos las "tendencias" que desde ahora anticipan el porvenir. Una suerte de premonición que suele mezclar datos actuales con la lógica de su evolución y una pizca de intuición. Espero que se me permita sumarme a esta tendencia para avanzar apenas tres rasgos del mundo que viene o, para ser más exactos, en el que estamos ya dando los primeros pasos.
El primero de ellos es la constatación de que nuestra vida, en todas sus facetas, es y estará aún más conformada por una conexión omnipresente y por el incremento de la información que generamos.
En 1996 apenas el 1% de la población estaba ligada a internet. En 2016 ese porcentaje alcanzaba al 46% de los 7400 millones de habitantes que poblamos la tierra. Facebook ha alcanzado en estos días los 2000 millones de usuarios. La conexión entre nosotros, de las máquinas entre sí y la nuestra con ellas es el signo de los tiempos hasta el punto de que el concepto "catástrofe global" ya no solo se vincula a la naturaleza, las enfermedades o las guerras sino también a los ataques dirigidos a los sistemas que nos mantienen digitalmente conectados. Crecerá el temor a este tipo de pandemia digital en forma de virus informáticos o simplemente por cortes en la energía que sustenta el entramado.
Esta conectividad tiene una derivada que son los datos. Según el SINTEF (la mayor organización de investigación independiente en los países escandinavos) todos los días creamos 2,5 trillones de bytes en datos y, además, el 90% de los acumulados en el mundo a día de hoy se han creado en los últimos dos años. IBM, por su parte, constata que la mayor parte de estos datos nunca se analizan y el 60% de los mismos pierden su valor en cuestión de milisegundos. Para solventar el desperdicio de semejante tesoro las empresas se concentran en el llamado Data Mining o Minería de datos, auténtico sostén de la competitividad en un futuro inmediato y uno de los campos, por ello mismo, con mayor futuro profesional.
La segunda evidencia que cada vez será más palpable es el protagonismo de la inteligencia artificial y pondré solo dos ejemplos.
El primero puramente práctico: solo con la voz o el texto basta para que una máquina ejecute nuestras órdenes convirtiendo sonido en acción o para que nos transforme en políglotas instantáneos.
Y el segundo, algo más disruptivo e intrigante: se está avanzando en la creación de robots capaces de entender y responder a nuestras emociones a través del análisis de las expresiones y micro-gestos faciales con los que las expresamos, casi siempre de forma inconsciente. La industria del cine ya está sacando partido de dicho avance para mejorar la realización de los trailers con los que captar espectadores para sus películas. La cara ya no va a ser solo el espejo del alma sino también la puerta de entrada a nuestro bolsillo.
En ambos casos se apunta la auténtica revolución de la IA que es su capacidad para aprender (machine learning), a la espera del siguiente paso que será la posibilidad de contar con máquinas que sientan o, al menos, intuyan al modo en que lo hacemos los humanos.
Y por último, como una de tantas consecuencias de la digitalización de nuestra vida, así como de un cambio progresivo en la concepción de la sociedad, de las relaciones entre las personas y de uno de sus pilares básicos como es la economía, crecerá la llamada economía colaborativa, es decir, aquélla basada en el intercambio de bienes/servicios y no de estos por dinero. Es el viejo trueque sobre el que durante cientos de años se soportó la supervivencia de los pueblos.
La economía colaborativa tiene múltiples aplicaciones que ya se están implementando. Se pueden intercambiar, como es lógico, los bienes de consumo. Pero también el conocimiento es objeto de intercambio: yo te enseño a cocinar y, a cambio, tú me enseñas informática, "productos" a los que ambos damos un valor equivalente.
Así mismo la colaboración se expresa ya en plataformas para la difusión de proyectos convirtiéndose en una colaboración productiva.
Y, por último, quizá la modalidad más extendida de esta economía colaborativa sea el crowdfunding o financiación colectiva, mediante la que proyectos de diverso tipo encuentran soporte financiero en las pequeñas aportaciones de un gran número de personas.
Doblando la siguiente esquina se abre un camino que ya podemos anticipar, aunque no sepamos muy bien dónde nos llevará. Lo cierto es que ante ello y a estas alturas es ya inútil revelarse, así que mejor será adaptarse.