Google parece una suerte de elemento incuestionable de la experiencia digital. Desde su aparición en lo que ahora nos parecen los inicios de la red y su asentamiento como la vía más popular y rápida para acceder a la información, Google ha estado presente en nuestros hábitos cotidianos. Su popularidad —y su integración en el día a día— es tal que ya hablamos directamente de “guglear”. Incluso cuando existían alternativas más o menos populares ante el motor de búsqueda, los consumidores seguían hablando de guglear por mucho que pudiesen hacerlo desde su competencia.
Pero si algo ha enseñado internet y el avance de la tecnología es que nada es realmente eterno. Las cosas están en pleno proceso de cambio constante e incluso los players que parecen más sólidos pueden ver cómo su presencia en el mercado peligra. En internet y en la tecnología, parece que nadie es demasiado grande para caer o para que los consumidores lo cambien por otra cosa. Solo hay que pensar en los gigantes de los teléfonos móviles que dominaban hace 10 o 15 años y fijarse en dónde están ahora.
¿Puede en algún momento caer el dominio de Google en el mercado de las búsquedas online? ¿Van los internautas a empezar a encontrar información por otras vías?
A primera vista, suena a imposible. El dominio que tiene Google en el mercado es demasiado elevado. En España, según Statista, su cuota de mercado es del 95,97%. Da igual lo que haga su competidor más cercano: entre ambos hay un abismo. Bing tiene el 2,65%. Sin embargo, y en una segunda vista, el imperio de Google no se asienta sobre pilares tan firmes como podría parecer. La propia compañía ya ha reconocido —al menos de forma interna— dos potentes amenazas en 2022.
La primera ha sido la de la migración de las búsquedas de los consumidores más jóvenes a las redes sociales. Existe una brecha generacional en cómo se busca online y, la pesadilla potencial de Google, parece que se está agrandando. El 40% de la Generación Z ya prefiere buscar directamente la información que le interesa en TikTok o Instagram, en parte porque prefieren el tipo de referencias que les ofrecen.
La segunda es la inteligencia artificial, que podría romper el mercado para Google y, lo que es peor, ante la que el gigante no podría ser capaz de competir. El éxito viral de herramientas como ChatGPT ha llevado ya a que Google active su “código rojo”, como publica The New York Times. La información se presenta de forma limpia, en frases sencillas y centralizada, en lugar de remitir al usuario a una lista de links en los que tendrá que hacer clic para acceder a ella.
Además, preguntar a estas herramientas no solo permite encontrar información que ya existen sino también la que no lo hace. Puedes preguntarle directamente qué planes deberías hacer para las vacaciones o qué comprarle a tu madre por Navidad, lo que se podría convertir en un activo a su favor.
Por eso, y aunque por ahora estas herramientas necesitan seguir siendo perfiladas y mejoradas, en Google ya se están preocupando. Esta podría ser la primera amenaza seria para su negocio de búsquedas, recuerda el Times. Uno de los ejecutivos de la compañía reconoció al diario que podrían estar ante uno de esos momentos que hacen o destruyen el futuro de una empresa.
La paradoja es que el actual estado de la IA debe mucho a Google. La compañía ha dedicado años de esfuerzo y talento a sus avances, tanto que en el pasado laboral de los nombres clave detrás de estos últimos productos está la propia compañía.
La propia empresa tiene ya también su chatbot que usa IA y podría igualar lo que los consumidores están viendo, pero si no lo lanza al mundo o no le da más peso es por una razón clara. Como recuerda el medio estadounidense, este tipo de herramientas no funcionan todavía muy bien como espacio para servir anuncios y Google vive de la publicidad. Más del 80% de sus ingresos anuales viene de los anuncios.
A eso se suma que la IA no está a prueba de bombas en términos de reputación, porque siguen existiendo muchas cuestiones complejas —por ejemplo, los sesgos de género— en los que la inteligencia artificial suspende. Google no puede permitirse lanzar algo por todo lo grande y que luego se convierta en un lastre para su imagen pública en un momento en el que, además, las compañías tecnológicas están siendo observadas bajo lupa.