
¿Cómo de poderosa puede llegar a ser la nostalgia en las estrategias de marketing y ventas de empresas y marcas?
Por Redacción - 1 Abril 2025
La nostalgia ha dejado de ser un simple recurso decorativo en la comunicación de marcas para convertirse en una herramienta estratégica de enorme potencia emocional y comercial. Ante la saturación de estímulos visuales, narrativas instantáneas y contenidos efímeros que los consumidores reciben, las marcas han comprendido que mirar al pasado puede ser, paradójicamente, una de las formas más efectivas de construir el futuro de sus relaciones con los consumidores. La clave reside en la capacidad de evocar sentimientos positivos y auténticos que conectan directamente con la memoria emocional, convirtiendo al marketing nostálgico en un generador de confianza, lealtad y, por supuesto, ventas.
Desde el punto de vista psicológico, el impacto de la nostalgia en la percepción y el comportamiento del consumidor es tan profundo como medible. Estudios de neurociencia han demostrado que al activar regiones del cerebro vinculadas con la recompensa y la memoria emocional, la nostalgia puede desencadenar la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado al placer, la motivación y la toma de decisiones. Esta activación se traduce, en la práctica, en una mayor receptividad hacia los mensajes publicitarios y una predisposición más alta a comprar. De hecho, investigaciones como las publicadas en el Journal of Consumer Research muestran que los consumidores expuestos a contenidos nostálgicos valoran más positivamente los productos y están dispuestos a pagar precios más elevados por ellos. Un 60% de los consumidores afirma sentirse más inclinado a comprar productos que evocan recuerdos positivos.
La fuerza emocional de la nostalgia se manifiesta también en el ámbito digital
Las campañas que recurren al pasado generan, de media, un 70% más de engagement en redes sociales, con tasas significativamente superiores de “me gusta”, comentarios y compartidos. En plataformas donde la atención es fugaz y la competencia feroz, apelar a los recuerdos compartidos se convierte en una forma poderosa de destacar. No se trata solo de imagen o sonido, sino de recrear microexperiencias que transportan al usuario a un lugar donde se sintió seguro, feliz o identificado. Ese viaje emocional tiene un valor incalculable en términos de conexión de marca.
Pero el impacto de la nostalgia no se queda en el plano emocional. También moldea la percepción de la calidad del producto. Estudios han demostrado que los consumidores tienden a atribuir mayor valor y calidad a aquellos productos que les recuerdan momentos felices del pasado. Esto explica fenómenos como el éxito arrollador de ediciones retro o reediciones limitadas, desde consolas clásicas como la Nintendo Classic Mini hasta refrescos con etiquetas de diseño vintage. No es casualidad: al tocar la tecla adecuada en la memoria colectiva, estas marcas no solo venden un producto, sino una experiencia revestida de significado.
La nostalgia es igualmente eficaz como herramienta de fidelización puesto que al generar una sensación de continuidad en el tiempo, ayuda a reforzar la identidad de marca y a cultivar relaciones más profundas y duraderas con los consumidores. Según diversos estudios, el 80% de los consumidores reconoce que la nostalgia influye en sus decisiones de compra, especialmente cuando se trata de marcas con las que ya han tenido un vínculo previo. Así, una marca que sabe evocar recuerdos puede construir una narrativa de confianza y autenticidad que se traduzca en lealtad sostenida a lo largo del tiempo.
Empresas y marcas como Nintendo, son uno de los grandes referentes del marketing nostálgico. En 2016, relanzó la Nintendo Entertainment System (NES) en versión mini, con 30 juegos precargados. El éxito fue rotundo: las unidades se agotaron en cuestión de días. La fórmula se repitió en 2017 con la Super Nintendo Classic Mini. Estos lanzamientos no solo apelaban a los jugadores que crecieron en los 80 y 90, sino que también generaron curiosidad entre nuevas generaciones, creando un puente entre pasado y presente.
Marcas como Adidas y Nike, han relanzado modelos icónicos de sus productos como las Adidas Stan Smith, Superstar o las Nike Air Max 90. No se trató solo de reediciones: en muchos casos se mantuvo el diseño original, acompañado de campañas que homenajeaban el estilo urbano de décadas anteriores. Estos lanzamientos revivieron el hype entre los que ya las habían usado en su momento, pero también conquistaron a nuevos públicos.
El fenómeno de Stranger Things: una máquina de nostalgia al servicio del marketing
Aunque no es una marca en sí, Stranger Things ha sido utilizada como catalizador nostálgico por muchas empresas: Eggo (marca de waffles que aparece en la serie), Nike (zapatillas de los 80 inspiradas en la serie), Levi’s, Coca-Cola (con el regreso de la "New Coke")… todas estas marcas han sabido capitalizar el revival ochentero impulsado por la serie.
Desde su estreno en 2016, Stranger Things no solo ha sido una de las series más exitosas de Netflix, sino también un auténtico fenómeno cultural y comercial. Ambientada en los años 80, con una cuidada estética retro, referencias continuas a películas, música, videojuegos y productos de consumo de esa década, la serie ha servido de catalizador para una de las estrategias de marketing nostálgico más efectivas de los últimos años. Su impacto ha sido tan potente que ha funcionado como un “contenedor nostálgico” capaz de revitalizar decenas de marcas icónicas, rescatando productos, estilos y sensaciones que habían quedado dormidos en la memoria colectiva.
La serie ha sabido construir un universo emocional donde el espectador no solo se engancha a la historia, sino que reconecta con su infancia o adolescencia. Esta carga emocional es precisamente lo que han aprovechado múltiples marcas para lanzar ediciones especiales, colecciones cápsula o relanzamientos de productos que vivieron su auge en los años 80. En ese sentido, Stranger Things ha funcionado como una especie de “pasaporte comercial al pasado”, brindando a las marcas una excusa perfecta para recuperar su legado de forma relevante y contemporánea.
Además, la serie no solo revive marcas, también fabrica nuevas mitologías a partir de estéticas antiguas. Los peinados, las bicicletas, los walkie-talkies, los juegos de rol, los videoclubes, los centros comerciales… todos estos elementos han sido rescatados como íconos pop gracias al tratamiento cinematográfico que les da la serie. Esto ha generado un efecto contagio: marcas que no necesariamente aparecen en Stranger Things han aprovechado su estética para lanzar campañas de inspiración ochentera, sabiendo que el terreno emocional ya ha sido preparado por la serie.
Volkswagen y su escarabajo modernizado
Exactamente, el caso del Volkswagen Beetle es otro ejemplo paradigmático del uso inteligente y emocional de la nostalgia como estrategia de marketing, aunque aplicado en un sector muy diferente: la automoción. Si Stranger Things funcionó como catalizador cultural desde una narrativa audiovisual, Volkswagen supo aprovechar el peso simbólico de un icono de producto real, con décadas de historia y una carga emocional profunda para millones de personas en todo el mundo.
El Beetle original, conocido en muchos países como “Escarabajo” o “Vocho”, es uno de los automóviles más emblemáticos del siglo XX. Nacido en los años 30 bajo el concepto de “el coche del pueblo”, su diseño inconfundible, su bajo coste y su fiabilidad lo convirtieron en un símbolo de movilidad accesible. Pero su verdadera transformación simbólica llegó en los años 60 y 70, cuando se asoció con los movimientos contraculturales, el espíritu hippie, la libertad juvenil y una visión del mundo más simple y optimista. Dejó de ser solo un coche: se convirtió en un símbolo generacional.
Con el paso del tiempo, el Beetle dejó de fabricarse en muchos mercados, pero nunca desapareció de la memoria colectiva. Por eso, cuando Volkswagen decidió relanzarlo en 1998 con un rediseño moderno, lo hizo apostando abiertamente por la nostalgia como eje de campaña. El “New Beetle” mantenía las líneas curvas, el espíritu amable y el alma del modelo original, pero adaptado a los estándares tecnológicos y de confort del nuevo milenio. Su estrategia no era competir frontalmente con otros compactos, sino conectar emocionalmente con un consumidor que ya tenía un vínculo afectivo con el coche, o que quería formar parte de su legado.
Más adelante, en 2011, Volkswagen lanzó una nueva versión más deportiva del Beetle, tratando de posicionarlo también como una opción para un público masculino joven. Sin embargo, seguía manteniendo elementos nostálgicos en su diseño, como los faros redondos o los detalles cromados. La compañía entendió que no estaba vendiendo un coche cualquiera, sino un símbolo cultural que evocaba libertad, juventud, rebeldía, sencillez y felicidad.
Frigo Pie y la nostalgia: cómo un helado se convirtió en un icono emocional intergeneracional
Pocos productos en el mercado español evocan una sensación de verano tan inmediata y emocional como el Frigo Pie. Este peculiar helado con forma de pie, de color rosa brillante y con una uña del dedo gordo que varía de color según la edición, lleva décadas acompañando a generaciones de niños y adolescentes en sus días de playa, piscina y vacaciones. Su sabor —una mezcla dulce de fresa con textura suave— no es necesariamente revolucionario, pero su poder simbólico y emocional es incuestionable. Más que un postre, el Frigo Pie es un pedazo de infancia congelado, una cápsula del tiempo que muchas marcas desearían haber creado.
La historia del Frigo Pie es también la historia de cómo un producto aparentemente simple puede perpetuarse en el imaginario colectivo gracias a su asociación con momentos de felicidad, libertad y juego. Lanzado originalmente en los años 80, este helado no tardó en convertirse en uno de los emblemas del catálogo de Frigo, junto con el Calippo, el Twister o el Magnum. Su diseño extravagante, casi absurdo —un pie con una uña de otro color— resultaba irresistible para los niños y despertaba sonrisas y comentarios entre adultos. El Frigo Pie no era un helado cualquiera: era un elemento de conversación y complicidad.
Frigo, consciente de este fenómeno, ha aprovechado el tirón emocional de su producto para reposicionar el Frigo Pie como icono nostálgico, tanto en su comunicación como en su distribución. Su presencia no es únicamente estacional ni limitada a los kioskos de playa: hoy se encuentra en supermercados, plataformas de delivery y hasta en merchandising propio. En redes sociales, la marca promueve el uso del hashtag #FrigoPie, y ha lanzado campañas que apelan directamente a la memoria colectiva: “Vuelve tu helado favorito de la infancia”, “El clásico que nunca falla” o “La forma más divertida de comerse el verano”.
La nostalgia no es patrimonio exclusivo de una generación
Si bien los millennials han demostrado ser particularmente receptivos a las campañas nostálgicas —tal vez por ser la primera generación en vivir su infancia en plena era digital—, cada grupo demográfico responde a estímulos diferentes según su época de referencia. Para la generación X, la música de los años 80 o las tipografías de los primeros ordenadores pueden ser elementos detonantes de emoción. Para los baby boomers, quizás lo sean los anuncios televisivos clásicos o los productos que marcaron su juventud. La clave está en identificar con precisión qué recuerdos resuenan con cada audiencia y activar esos resortes sin caer en la exageración ni en la manipulación emocional.
La nostalgia debe estar alineada con la identidad y los valores de la marca, y su uso debe sentirse genuino
Los consumidores actuales, altamente informados y críticos, detectan con rapidez cuándo una campaña busca explotar emocionalmente el pasado sin ofrecer un valor real. En lugar de forzar un vínculo que no existe, las marcas deben construir puentes sólidos entre lo que fueron, lo que representan y lo que ofrecen en la actualidad. Además, la nostalgia se ha integrado con naturalidad en las dinámicas del marketing digital contemporáneo. Desde filtros vintage en redes sociales hasta challenges que recrean momentos icónicos de décadas pasadas, pasando por campañas de storytelling que cuentan la historia de una marca desde sus orígenes, el abanico de posibilidades es amplio. El marketing de contenidos ha sabido aprovechar esta tendencia con especial maestría: al contar historias que conectan con el pasado del consumidor, no solo se genera engagement, sino una narrativa emocional que fortalece el vínculo marca-usuario.
En tiempos de incertidumbre como los actuales —económica, política o incluso existencial—, la nostalgia ofrece un refugio emocional, una promesa de estabilidad y sentido. Esta función psicológica de “ancla emocional” convierte a la nostalgia en una aliada especialmente poderosa para las marcas que buscan posicionarse como cercanas, humanas y confiables. Reducir el estrés, mitigar la ansiedad o combatir la sensación de soledad son efectos colaterales positivos que pueden acompañar a una campaña bien planteada, elevando su impacto más allá de lo comercial.
La nostalgia es mucho más que un recurso estético o una moda pasajera. Es una estrategia de marketing con base científica, emocional y comercial. Su poder reside en su capacidad para evocar, emocionar, conectar y, en última instancia, convertir. Las marcas que entienden su lenguaje y lo aplican con sensibilidad e inteligencia no solo logran campañas memorables, sino que ocupan un espacio privilegiado en la memoria —y en el corazón— de sus consumidores. Y como bien sabe cualquier estratega, estar en la mente del cliente es bueno… pero estar en su memoria emocional es infinitamente mejor.

