Por Redacción - 21 Abril 2016
Cada día se lanzan al mercado muchísimos productos y posiblemente cada día, en algún lugar del mundo, alguien está teniendo una idea brillante de un producto revolucionario que podría cambiar muchas cosas. De todos esos productos que se lanzan cada día, es más que probable que muchísimos mueran y no lleguen siquiera a final del año. De todas esas ideas brillantes, es probable que pocas lleguen a desarrollarse y que muy pocas de las que lo consigan se conviertan en productos de éxito. Y es que la vida real de un producto y de una marca, por mucho que a algunos consumidores le gusten o le parezcan de calidad superior, puede ser muy limitada.
Todo el mundo está de acuerdo en que contar con un buen producto es algo básico para llegar al mercado y para sobre todo hacer que este tenga una vida mucho más larga y mucho más efectiva que la que podría tener si no lo fuera. Al fin y al cabo, un producto del "todo a cien" o de una de esas cadenas no logra conectar realmente con el consumidor y no consigue una fidelidad de marca. Lo compramos porque es barato y punto, pero no nos convertimos en usuarios activos de esa marca y en fieles compradores de esos productos.
Los consumidores compran muchas cosas que no son tan buenas pero que han sabido venderse mejor
Pero ¿es esto suficiente? ¿Vale con que el producto sea bueno para llegar al consumidor? Lo cierto es que no. En la lista de productos que han ido cayendo a lo largo del tiempo es posible encontrar muchísimos ejemplos de productos muy buenos, muy interesantes y de calidad superior que no lograron encajar con el mercado porque eran demasiado caros, eran demasiado difíciles de conseguir o porque, simplemente, nadie supo venderlos. Muchos de esos productos eran desconocidos para los consumidores, que permanecían ajenos a ellos y que por tanto nunca se plantearon comprarlos porque directamente no sabían siquiera que esos productos existían. Nadie les había hecho una buena campaña de marketing o simplemente una campaña de marketing para darlos a conocer. En el mundo de los libros es muy fácil encontrar ejemplos: es más que probable que en alguna librería esté a la venta alguna novela sublime, que merecería vender miles de ejemplares, y que posiblemente nadie esté comprando. Seguramente nadie le haya hecho una campaña de marketing, esperando que su calidad fuese suficiente para venderla.
Y mientras muchos productos muy buenos languidecen, los consumidores están comprando muchas cosas que no lo son tanto pero que han sabido venderse mejor. Es lo que a veces sienten los candidatos a los diferentes puestos de trabajo cuando ven que alguien menos cualificado y preparado que ellos se hace con un puesto de trabajo que querían: simplemente esa persona ha sabido venderse mejor que ellos. Una estrategia brillante de marketing puede crear incluso necesidades que no teníamos, como ocurre con los productos antibacterias y los geles para manos (que han sabido explotar un miedo y crear una necesidad de la nada) y tantas otras cosas que compramos aunque realmente no necesitamos.
Una buena estrategia de marketing hace que los consumidores conozcan detalles de los productos y se convenzan de que esas características son las que harán que el producto en cuestión se convierta en lo que realmente necesitan. Como apunta un experto en Inc, parte del éxito de Microsoft y el hecho de que batiese a Apple en la carrera por los ordenadores personales en los primeros 90 está en su campaña de marketing y en la estrategia que siguió. Steve Ballmer era, nos dicen, un genio del marketing y logró que todo pareciese fácil y sencillo a los consumidores. Supo, en definitiva, venderles el producto.
Y, como apuntan otros expertos, lo que importa para triunfar a día de hoy no es tanto el producto en sí sino el cómo se va a conseguir que a los consumidores les guste la marca, que amen el producto. ¿Qué es lo que hará que tú seas más atractivo que la competencia y que los consumidores se sientan más cercanos a lo que se ofrece?
Se podría decir que el consumidor ya da por hecho que el producto va a ser bueno. La calidad está implícita, por lo que lo que hace que uno destaque sobre otros y lo que posiciona a las compañías por delante de las competidoras no es tanto el qué tienen para vender sino el cómo lo venden y el cómo se relacionan con los consumidores. Por ello, la marca tiene que jugar con las percepciones, con el cómo se ve el producto y con aquello que lo hace diferente de la competencia.