Por Redacción - 6 Septiembre 2017
Uno de los elementos de los que se habla de forma recurrente cuando se analiza cómo hacer branding o cómo crear una imagen de marca es el color. El color es un elemento clave a la hora de formar la identidad de la marca, empresa o producto y a la hora de conectar con los consumidores. Los artículos y los análisis sobre el significado del color son muy variados y están siempre presentes cuando se habla de marketing y publicidad.
Este peso del color tan elevado y este interés por su potencial se explican claramente partiendo de un hecho: el color no es simplemente un elemento estético, sino que tiene un impacto muy elevado en la posición que se logra establecer ante el consumidor. El color puede ser un elemento para el éxito o para el fracaso, ya que resulta decisivo para transmitir mensajes.
Como recuerdan en un análisis en Warc, el cerebro funciona usando atajos y vías rápidas. Si las cosas se pueden percibir o gestionar más rápido, no se toma el camino más largo. Los colores son una de esas cosas que permiten trabajar más rápido, ya que son atajos para la información. El color hace que, con un esfuerzo mucho más mínimo y partiendo de un elemento menor, por así decirlo, se reciba mucha información y se pueda deducir todavía más. Para la mente humana, los colores son uno de los atajos más robustos y rápidos para acceder a la información.
De hecho, el peso del color en los juicios de valor que hace nuestra mente a un nivel subconsciente es muy elevado. Según los estudios, la gente toma decisiones de forma subconsciente en los 90 primeros segundos de entrar en contacto con un entorno, un producto o una persona. Minuto y medio después de conocerla o encontrarla por primera vez, ya se tiene una opinión sobre ella.
En ese proceso, los colores resultan decisivos. Entre el 62 y el 90% de esa opinión está marcada por los colores a los que quien la crea está expuesto. No es lo mismo que una persona esté vestida con un color o con otro y no es lo mismo que un producto tenga un tono u otro.
Así, por ejemplo, no hay más que pensar en ciertas reglas casi sagradas en lo que a marcas y colores respecta. Los productos para cuidar la piel suelen tener tonos verdes porque los liga a la naturaleza y la comida rápida suele ser amarilla y roja porque son colores que aumentan el apetito y la percepción de sabor. El azul, un color que se ve en bancos o en aerolíneas, se asocia a la confianza.
Las marcas y empresas tienen que ser por tanto conscientes de las ideas asociadas a los colores y deben posicionarse partiendo de ellos y de lo que quieren contar. Tienen que hacerlo además de un modo que resulte nuevo y diferente, porque no solo vale usar el color adecuado, sino que también hay que hacerlo de un modo que conecte con los consumidores y que llame la atención, que no sea simplemente una marca más de comida rápida que usa el color rojo. McDonalds, por ejemplo, empezó a usar el color verde oscuro en los últimos tiempos, decidida con ello a diferenciarse y a posicionarse como algo mucho más natural y verde.
Y este último punto sirve para introducir otra cuestión importante: los colores cambian y mutan. Las marcas y las empresas tienen que estar atentas a cómo los valores culturales cambian los valores y las ideas asociados a los colores. Las tendencias de color van cambiando y las percepciones asociadas de los consumidores también lo hacen.
De hecho, no hay más que pensar en la historia del color rosa y del color azul para comprender cómo estas cosas cambian. Hoy, ambos colores están asociados a niñas y niños, respectivamente. El color rosa es el que domina en la zona de muñecas y princesas de las tiendas de juguetes (esas que son acusadas de crear una suerte de escenario por géneros que debería ser superado de una vez por todas). Sin embargo, estos colores no siempre funcionaron así. A principios del siglo XX, el rosa era aún el color de los niños y el azul, que se consideraba más delicado, el de las niñas.