Decía William Thomson Kelvin, físico y matemático británico, que "Lo que no se mide, no se puede mejorar", y, más concretamente, decía: "Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre". Por lo tanto, dicho en su versión afirmativa: "Todo aquello que se puede medir, se puede mejorar" (i). Este principio se utiliza de forma muy frecuente para hablar de las métricas como elemento imprescindible de mejora, sobre todo, en términos de productividad.
Tenemos muchos datos, y también la capacidad para generarlos, almacenarlos y procesarlos, y, aunque a día de hoy ya no existan barreras para no medir, no sé hasta qué punto tomamos consciencia de la importancia de la medición en sí misma y, cómo, ésta, en momentos tan transcendentales como los actuales, nos puede aportar objetividad a las decisiones que tomemos en adelante.
Cuando lo hacemos, todos nosotros solemos medir variables, como lo son los resultados económicos, el rendimiento, los beneficios, las pérdidas, entre otras muchas cosas; pero en este momento, me refiero a la importancia de medir cómo este cambio "forzado" nos aporta valor y nos ayuda a basar nuestras decisiones en la fuerza objetiva del dato, y, además, en hacerlo en clave de productividad y de desempeño.
No obstante, para saber qué resultados estamos obteniendo mientras se mantenga el estado de alarma, podríamos medir cualquier actividad que estemos realizando, y que, además, sepamos que es distinta a la forma en cómo la estábamos haciendo hasta el momento. Si, como consecuencia de ello, vemos que el resultado es positivo, deberíamos registrar los resultados para poder cuantificar su valor. Hecho esto, lo cercanos o lejanos que estemos de los objetivos fijados, serán los datos objetivos que nos permitan introducir cambios a futuro en nuestra ya "nueva organización".
A título de ejemplo, si revisamos algunos sectores de actividad, fijémonos que, en función de cada uno, la medición puede obtener resultados muy distintos. En el campo de la Educación, por ejemplo, se observan estos días a muchas universidades (y también escuelas) forzadas a transformar su modelo de negocio presencial a uno totalmente telemático. ¿Y quién hubiera suscrito que, en un plazo récord de 48 horas, éstas pudieran transformarse? Pues seguramente muy pocos, inclusive las propias personas de la universidad.
Por lo tanto, ejemplos como estos son los que nos tienen que servir para capitalizar esta experiencia, en donde gracias a vernos forzados a hacer algo que, en otro momento hubiéramos calificado de imposible, realmente nos demos cuenta de que no lo era.
Siguiendo en la misma línea, si tomamos ahora un segundo ejemplo de medición y nos vamos al sector de la movilidad urbana, podríamos medir cómo el teletrabajo reduce la contaminación en las ciudades, lo que, en sí mismo, pasa a ser una unidad de medida adicional con respecto a las variables evaluadas hasta el momento por parte de las Administraciones. Fijémonos, además, de que en estos momentos no hace falta que esta medición sea predictiva, puesto que podemos tomar los datos de los índices de contaminación de estos días y extrapolarlos a nuestra muestra de referencia, la que estoy seguro que demostrará que la solución no pasa por cuestionar al parque de vehículos antiguos, ni aplicar sanciones, sino sencillamente por dejar de desplazarnos.
Por lo tanto, ¿dónde está la oportunidad de esta movilidad medida? Seleccionemos el cuándo y el por qué queremos desplazarnos, y hagámoslo sin entrar en el detalle de si la forma será eléctrica, compartida, conectada o autónoma; pensemos en términos de liveability, es decir, de que la movilidad sea un instrumento para hacer más cómoda nuestra vida, pero que, a la vez, su uso sea responsable en aras de nuestro propio beneficio, y de desplazarnos cuando sea realmente necesario o, en su defecto, ante la voluntad de cada uno.
Llegados a este punto, y si anclamos esta idea al término de productividad, nos podemos preguntar: ¿cuántas horas de desplazamientos nos estamos evitando a día de hoy? y ¿en cuánto tiempo productivo se están transformando? Es momento, por tanto, de medir objetivamente para devolvernos el tiempo a nosotros mismos y convertirlo en tiempo de trabajo, de conciliación, de ocio o de cualquier otro tipo.
Como conclusión, y con una mirada a las ciencias sociales, explicaba Albert Camus en su libro Le mythe de Sisyphe, cómo Sisyphe, condenado a subir eternamente una piedra por la montaña, aprende a que salir de la zona de confort supone basar el esfuerzo en la forma de hacerlo, y no en cambio en la acción de subir la montaña con la piedra a cuestas, ya que ello evidenciaría la absurdidad de su acción.
Claramente, la situación del momento nos ha puesto a prueba y, una vez más, no sólo estamos demostrando tener una capacidad de resiliencia indiscutible, sino también la capacidad de transformarnos y de concentrarnos en la forma hacerlo, pues "la vuelta a la normalidad" será claramente distinta. ¿Te animas a medir?