Por Redacción - 24 Noviembre 2017
El cómo se presentan las marcas y el cómo deben hacerse ver en medio de los demás competidores han ido cambiando en los últimos años, a medida que las sensibilidades de los consumidores también iban cambiando. Así, la sensibilidad por todo lo verde fue en aumento en las últimas décadas, como demostró, de forma paralela, el que las tiendas se llenasen de productos bio y ecológicos.
Tras ello, los consumidores empezaron a preocuparse por cuestiones como la sostenibilidad, el respecto al medio ambiente o el hecho de que todo el elemento de packaging y de posicionamiento hacían que se generasen un elevado número de recursos. Sumado a un interés por recuperar ciertos hábitos de compra del pasado y ciertas prácticas que se veían de una forma positiva y añadiendo las nuevas preocupaciones, como el interés por comprar cosas creadas en proximidad, llevó a que las marcas se tuviesen que enfrentar a nuevos retos y a nuevas cuestiones. Fue, por ejemplo, cuando se pusieron de moda las tiendas a granel en Europa, en las que lo que se compraba no era algo de cierta marca sino el producto en medio de una experiencia diferente.
Y ahora se ha producido un nuevo cambio, uno que se está empezando a ver ya en la alimentación pero que podría saltar rápidamente a otros nichos de mercado. Al fin y al cabo, todos estos cambios mencionados anteriormente empezaron en las tiendas de alimentación y saltaron luego a otros terrenos, como el de los productos de higiene y belleza. Otros campos, como puede ser la moda, incorporaron algunas de estas preocupaciones a lo que a sus consumidores interesaba.
La última tendencia es la que en inglés se ha bautizado como clean label y que en castellano podría traducirse como etiqueta limpia. Es el resultado de la creciente preocupación de los consumidores por los ingredientes de las cosas. En un mercado en el que cada vez los consumidores están más obsesionados por la cantidad de azúcar que consumen o por el evitar cosas como el gluten, saber qué lleva algo parece cada día más importante.
A eso se suma una creciente desconfianza. "Muchos consumidores en todo el mundo no confían en los sistemas de regulación, en los fabricantes e incluso en los demás humanos", recuerdan en el análisis de Mintel. Por ello, tienen sospechas ante todo y no son capaces de olvidar los escándalos protagonizados por los fabricantes. Son desconfiados y eso hace que quieran saber de forma más clara qué están comprando.
Ahí es donde entran las etiquetas limpias. Esta tendencia funciona a dos niveles. Por un lado, está obligando a los fabricantes a lanzar productos menos procesados y más naturales, con listas de ingredientes que los consumidores ven con buenos ojos. Por otro lado, a nivel de contacto directo con el consumidor, el packaging debe hacer que encontrar esos ingredientes sea muy fácil, pero también que sea fácil reconocer qué son todas esas cosas y qué incluye.
"La etiqueta limpia se refiere a aquellos productos hechos con ingredientes que son familiares para los consumidores, incluidos ingredientes que reconocen y que pueden pronunciar", explican en el análisis de Mintel. El consumidor los ve como más naturales y mejores para ellos.
Las marcas de comida y alimentación son las que están liderando el cambio. Cadenas de comida rápida (más de las en línea con el fast good) tienen ya menús libres de aditivos, endulzantes o sabores artificiales. Los supermercados simplifican el acceso a este tipo de productos (una cadena de supermercados belga ha creado una plataforma de información y localización de productos, por ejemplo y una holandesa marca a aquellos productos para los que no se usaron antibióticos). Y, en general, cada vez tenemos más información sobre cuál ha sido la cadena de producción de las cosas.
Los consumidores están, progresivamente, identificando este tipo de etiquetado con la comida real. Lo bueno, lo sano y lo natural es lo que ofrece toda esta información, o al menos esa parece ser la aparente conclusión.
El salto de ahí al resto de productos no parece nada complicado.