Por Redacción - 31 Octubre 2018
Hace unos años, un periodista francés se infiltró en los almacenes de Amazon durante la campaña de Navidad. Era uno de los trabajadores extras temporales que el gigante de la distribución fichaba para reforzar el centro logístico que tenía en Montélimar. El periodista había dado el paso tras intentar hablar con los trabajadores de la compañía y no lograr que ninguno le contase qué ocurría en el interior y cómo eran sus condiciones de trabajo.
"Aquí las cosas son muy estrictas", le explicaba la responsable de la agencia de trabajo temporal que los estaba fichando al periodista y a los otros trabajadores temporales con los que se había reunido. "Una ausencia o un retraso, de solo unos pocos minutos, tiene que estar justificado", añadía.
Fue el paso previo para que Jean-Baptiste Malet empezase a trabajar en Amazon en su equipo de noche de su almacén logístico. Sus experiencias las cuenta en En los dominios de Amazon, que se publicó hace unos años. Cuando el libro apareció en el mercado - en castellano se publicó en 2013 - protagonizó reportajes, entrevistas y artículos en los medios, además de servir como punto de partida para las quejas y protestas de muchos consumidores, que prometían en redes sociales no volver a comprar al gigante del ecommerce.
Lo cierto era que Malet ni siquiera era el primer periodista que se infiltraba en Amazon ni el primero que publicaba sus conclusiones. Las quejas, los artículos y las promesas de no comprar más a esa empresa tampoco eran, en realidad, nuevas. Claire Newel, periodista británica del Sunday Times, ya había trabajado encubierta en un almacén logístico de Amazon - y publicado sus críticas conclusiones - en 2008. Entre una y otra y desde entonces, se han seguido publicando investigaciones. Un periodista de The Sun apuntaba no hace muchos meses, tras haberse infiltrado en la filial británica, que algunos de los trabajadores de logística tienen que recorrer los 13 kilómetros del almacén al completo para conseguir llegar a los baños.
El caso de Amazon ha sido uno de los que ha aparecido de forma bastante recurrente en los medios, pero no es el único. De hecho, se podría decir que es uno más de la larga lista de empresas que suelen aparecer en las listas de favoritas de los consumidores o de las que se logran repartir a manos llenas las cuotas de mercado y las cifras de consumo y que tienen una cara B que es mucho menos agradable y mucho menos bonita que sus productos y sus servicios.
Netflix ha sido la última en sumarse al listado. El gigante del VoD - que se ha convertido en un fenómeno cultural y que tiene una presencia global cada vez mayor y más fuerte - es también, según el testimonio de sus empleados, un espacio de trabajo lleno de presión y de enfrentamientos entre los empleados por culpa de su política interna.
Los trabajadores de la compañía tienen incluso que responder cuando sus jefes les preguntan quiénes creen que deberían ser despedidos entre sus compañeros, como si estuviesen en el confesionario de un reality. Si alguien comete un error, tiene que explicar públicamente por qué hizo las cosas mal.
La lista es amplia y no hay más que rascar un poco en las noticias para encontrar ejemplos. Apple, que ya se vio salpicado por el escándalo de su subcontrata Foxconn hace unos años, somete a sus empleados de sus Apple Stores a presión y les hace soportar horarios no muy buenos, Domino´s y McDonald´s están teniendo muchos problemas en Estados Unidos por las condiciones laborales de sus trabajadores y están pagando sueldos bajísimos a sus empleados en el país (aunque los problemas de McDonalds no solo son estadounidenses: sus contratos británicos fueron también polémicos por hacer que sus trabajadores de tiendas estuviesen siempre disponibles) e Ikea fue acusada de impedir a sus empleados que formasen sindicatos.
Otro de los ejemplos recientes de cómo la trastienda de las empresas suele cada vez más implicar condiciones draconianas para sus empleados es Ryanair, cuyos contratos irlandeses limitan los derechos de sus trabajadores y que está protagonizando en los últimos meses huelgas de sus empleados a lo largo de Europa.
Incluso en las industrias de nuevo cuño, como las de los videojuegos, se encuentran comportamientos y prácticas de este estilo.
Y, por supuesto, la lista no solo está llena de marcas y empresas globales, sino también de compañías españolas de todos los tamaños. Mercadona también ha sido acusada de maltratar a sus empleados e Inditex se ha visto sacudida por las huelgas. Las empleadas de Bershka en Pontevedra se convirtieron en noticia hace unos meses tras cerrar la tienda durante días en una huelga para lograr una mejora en sus condiciones salariales (que lograron).
La huelga y la cobertura mediática posterior descubrió a los consumidores que las condiciones de los empleados de la compañía no eran de color de rosa y que dentro del mismo grupo se producía desigualdad. "Las condiciones laborales de algunos trabajadores y trabajadoras, son lamentables. Tenemos gente trabajando 8, 12, 14 horas a la semana, con sueldos que no permiten llegar a fin de mes. Y eso en la empresa de uno de los hombre más ricos del mundo", explicaba a Público Carmiña Naveiro, dependienta en una de las tiendas de Zara en Galicia.