Llamadme nostálgico, romántico o incluso clásico, pero es que ha cerrado el último negocio que quedaba de mi infancia, aunque solo estoy en la treintena; un negocio mítico que bien podría servir de ejemplo para cualquier escuela de negocios pero también para explicar a nuestros niños sobre de qué va esto de emprender.
Me explico...
Me crié en un tranquilo barrio de Reus (Tarragona), en una época en la que se hacía "vida" en los barrios y nosotros, como niños que éramos, jugábamos a cualquier cosa delante los múltiples negocios que por aquel entonces hubo: bares, panaderías, carnicerías, tintorerías, corseterías, "colmados" e incluso una pequeña bodega de vinos a granel, de esta última os hablaré con detalle y un poco también sobre su dueña, la famosa Antonia.
Corrían principios de los 90 cuando yo empezaba a poder ir a comprar solo aprendiendo a marchas forzadas conceptos de microeconomía y sobre el coste de oportunidad; sí, porque debía gestionar con miramiento mi paga semanal priorizando gastos y en mi cabeza se abría constantemente el debate sobre si ahorrar algunas pesetas para el futuro (esto último raramente ocurría) o invertir en chucherías decidiendo si llenaba la bolsa de colas y moras o decantarme por menos moras y alguna nube (coste de oportunidad).
Pero a lo que iba, Antonia regentaba hasta hace apenas un mes la pequeña bodega. Pero siendo honestos era de todo menos bodega, bueno, vendía vino a granel que derramaba de un par de grandes botas situadas al fondo del pequeño local. Sin embargo, aquella tienda era una especie de Amazon vintage en el que podías comprar casi cualquier comestible y con gran variedad.
Recuerdo que entre partido y partido con los amigos en la plaza del barrio íbamos a la tienda, sedientos y balón en mano claro, al grito de "¡Hola Antonia, una Coca-Cola fría por favor!". Siempre tenía bebida fría y sin coste adicional. Pero había un problema, a mí no me gustaba la Coca-Cola y un día sediento pedí una lata de 7Up. Ups, Antonia no tenía y tuve que conformarme con un Sprite que no me molaba tanto al no tener la mascota de Fido Dido en su packaging y al ser demasiado dulce para mi gusto.
Sin embargo, Antonia tenía una clase de emprendimiento magistral para todos nosotros y que a continuación trato de transmitiros...
Días más tarde volví con mi pandilla del barrio, otra vez sediento y después de meter goles por doquier entre 2 mochilas que hacían de postes, le pedí a Antonia un Sprite bien fresquito. Ella me dijo "tengo 7Up si quieres"... ¿no hace falta que os diga qué escogí verdad?
Desde ese día supe que Antonia tenía mi bebida favorita, daba igual que otros no la tuvieran o que el Sprite tuviera más distribución, nada importaba, ahí estaba aguardándome un 7Up bien helado para saciar mi sed.
Allí, niños y familias enteras comprábamos de todo, sobre todo "descuidos". Toda la ciudad la conocía, sabías que allí encontrabas todo y claro, la técnica del boca a boca funcionaba de maravilla. A veces te encontrabas las puertas cerradas no sin ver un cartelito escrito en papel y boli que avisaba "ahora vengo", se ausentaba pocos minutos porque llevaba a pie la compra a los vecinos ancianos de la misma calle; también sin coste adicional, por supuesto.
Con el paso del tiempo se dio cuenta que su negocio no podría sobrevivir ante la apertura de nuevos y modernos negocios y decidió abrir más horas los domingos sacrificando horarios entre semana. Aún recuerdo las largas colas de domingo que traspasaban la calle, ella abría todos los domingos y festivos del año (solo con la excepción del 25 de diciembre) y a veces hasta pasadas las 16:00 de la tarde. Era ideal para ir a comprar los pequeños despistes de última hora, la bolsa de patatas para el vermú, la bebida que no habías puesto en la nevera, el sifón de calidad en botella de vidrio... nada estaba abierto, su tienda sí.
Pasaron los años y llegó el primer Mercadona de la ciudad justo al lado de la bodeguita. Muchos pensamos, bueno en mi caso yo aún era demasiado joven, "la pobre Antonia no tiene nada que hacer...". Nos equivocamos. Tenía otro as en la manga.
Resulta que tenía un familiar que trabajaba en un horno de pan en un pueblecito cerca de Reus. A partir de allí empezó a vender pan en la tienda solamente los domingos (por cierto, el pan era de excelente calidad y a precio muy honesto). Su idea tuvo tanto éxito que o encargabas el pan el día antes o a primerísima hora del mismo domingo o te quedabas sin el fabuloso pan más fresco que había. Muchos íbamos a comprarle solo el pan pero de repente, ya dentro el local, misteriosamente recordábamos que necesitábamos bolsas de patatas, salsa de tomate, caramelos para la tos... Vamos, que aquello era el ejemplo de compra impulsiva en toda su expresión y nosotros sin darnos cuenta.
En definitiva, podría seguir hablando de la bodega pero me quedaría corto explicando la capacidad emprendedora de Antonia que hizo perdurar su negocio durante más de 4 décadas. Tan solo la tentación de la jubilación ha podido "forzar" el cierre de su negocio. Ni el paso de los años, ni Amazon, ni la revolución digital, ni siquiera un gigante llamado Mercadona situado justo al lado, nadie... absolutamente nadie pudo con un negocio y su regente que desarrolló y mantuvo su negocio sin asistir a grandes coloquios, sin cursar másteres para directivos y sin salir en ningún medio, tan solo hizo una cosa que otros no supieron hacer: pensar con y para el cliente, cuidarlo; y ahí amigas y amigos, Antonia es una maestra, una gurú, una referencia para cualquier negocio.