
Trump puso TikTok en venta y los tiburones del capitalismo olieron sangre. Amazon, Oracle, Andreessen Horowitz, Blackstone, el fundador de OnlyFans e incluso el ultra popular Mr Beast se lanzaron a la cacería sabiendo que la puja no es por una app de adolescentes bailando, sino por la llave maestra del futuro digital. Lo que comenzó como una pantalla para los Gen Z podría sellar acuerdos multimillonarios, reescribir las reglas del marketing global y, de paso, redefinir la diplomacia entre superpotencias.
Hay quien ve en todo esto un simple forcejeo de poder blando: la Casa Blanca, obsesionada con el peso cultural de TikTok sobre la juventud norteamericana, frente a un gobierno chino que no suelta fácilmente la joya de su corona digital. Pero reducirlo a una riña bilateral pasa por alto la complejidad de los intereses en juego.
Amazon, por ejemplo, no ve una red social: ve un embudo de conversión. Una interfaz que convierte la procrastinación en consumo. Imaginemos a un creador que, entre una receta viral y un tutorial de maquillaje, te ofrece sus productos sin salir de la app. Esa es la idea clave: sin salir de la app. Tú compras. ¡Claro que compras!. Porque el botón está ahí, entre el “like” y el “compartir”. Con la logística de Amazon detrás, el entretenimiento se convierte en pipeline comercial y TikTok muta en un centro comercial adictivo disfrazado de pasatiempo inocente.
Oracle, el gigante del software empresarial y los servicios en la nube, ve en TikTok un cofre de oro en forma de datos. Con esa información, su nube podría hacerse más robusta e inteligente. Es el sueño de cualquier proveedor de servicios empresariales: convertir hábitos culturales en patrones predictivos para entrenar modelos de inteligencia artificial.
Andreessen Horowitz, el famoso inversionista de riesgo que fundó la ya mítica Netscape, juega a la influencia. No necesita controlar TikTok para ganar. Le basta con estar cerca del fuego e interferir en su evolución para capitalizar la metamorfosis de una red social en algo que aún no tiene nombre, pero que sin duda tendrá una capitalización bursátil obscena. Su apuesta no es por lo que TikTok es hoy, sino por lo que podría ser mañana si se reinventa bajo la égida correcta.
Blackstone, una de las firmas de inversión más grandes del mundo, experta en comprar y revender busca su jugada de manual: comprar barato, podar y vender caro. Para ellos, TikTok es un activo que respira, sí, pero no más que eso. Si en el proceso se sacrifica la creatividad para fortalecer el EBITDA, que así sea. Wall Street no baila.
Y luego, en una vuelta de tuerca propia del siglo XXI, aparece MrBeast, el youtuber con más seguidores del planeta, y el creador mejor pagado del ecosistema digital. Jimmy Donaldson, su nombre real, no llega solo: se alía con un enjambre de inversores institucionales para hacer una oferta en efectivo por TikTok. Su lógica es clara, aunque suene extravagante: los creadores son quienes generan la atención, el flujo, el tráfico, el alma misma de estas plataformas. ¿Por qué no deberían ellos tener el control? Su propuesta—un TikTok regido por el mismo espíritu que catapultó a MrBeast—desafía las estructuras tradicionales de poder digital: menos accionistas pasivos, más arquitectos del contenido. Es una visión radicalmente creator-centric, una ofensiva cultural que quiere cambiar no solo quién gana dinero, sino quién toma decisiones. ¿Tiene posibilidades reales? Difícil. ¿Desafía los nervios del statu quo? Absolutamente. Porque si TikTok cae en manos de sus propios iconos, la era del capital anónimo podría estar recibiendo su primer golpe narrativo serio.
Y justo cuando uno creía que el casting de compradores no podía ser más ecléctico, aparece Tim Stokely, el fundador de OnlyFans, en alianza con Zoop (una startup social con aires de revolución creator-first) y una fundación de cripto llamada Hbar. ¿Su propuesta? Comprar TikTok para devolvérselo a los creadores. En palabras de Zoop, esta es una cruzada David contra Goliat, donde los que generan atención—los creadores—deberían llevarse la mayor parte del botín publicitario. Su visión es tan provocadora como inesperada: un TikTok gobernado por quienes producen contenido, no por accionistas que nunca han editado un video vertical en su vida. Es una oferta que mezcla populismo digital, tokenomics y nostalgia por una internet más descentralizada. ¿Puede prosperar? Improbable. ¿Es relevante? Completamente. Porque en el corazón del negocio está la tensión eterna entre quienes hacen el espectáculo y quienes se lucran del palco.
Lo que está en juego
La pieza clave, la verdadera joya de esta corona virtual, no es TikTok en sí misma. Es su algoritmo. China lo sabe. Por eso ha dejado claro que no lo cederá sin más. Estados Unidos, convencido de que TikTok es un caballo de Troya con filtros, exige que se rompa el vínculo con ByteDance antes del 5 de abril de 2025.
En este forcejeo diplomático, el algoritmo es el protagonista mudo. Sin él, TikTok es una cáscara vacía. Con él, es una máquina de atención masiva capaz de mover mercados, culturas y decisiones políticas. Por eso el valor real de la operación se disuelve si el algoritmo queda en territorio chino. Lo que convertiría cualquier adquisición en una especie de compra simbólica: la versión tecnológica del “te vendo el cuadro, pero me quedo con la pintura”.
Trump abrió la puerta. Las corporaciones entraron en tropel. Al final del día, toda adquisición es un espejo. Ninguna empresa compra lo que le falta: compra lo que confirma su instinto más profundo. Crece, no para transformarse, sino para volverse aún más ella misma.
Amazon no quiere otra red social. Quiere que la atención fluya directo al carrito. Oracle no quiere videos virales. Quiere patrones, datasets, predictibilidad. Andreessen no quiere la app. Quiere estar en la sala donde se decide su mutación. Blackstone no quiere cultura. Quiere múltiplos. MrBeast no quiere poder. Quiere narrativa. Y Stokely, de OnlyFans no quiere control. Quiere soltar.
Cada postor proyecta su ADN sobre TikTok, como si la estuvieran viendo en modo espejo. Y eso es lo fascinante: que TikTok, con su algoritmo mudo y su viralidad, se convirtió en el esapcio donde cada jugador corporativo pinta su ambición más pura. Porque crecer desde el ADN no es solo una estrategia. Es una confesión. El que compre TikTok no solo adquiere una plataforma: revela su alma.

