La tentación era muy fuerte. Si nos dejamos llevar por esa tendencia, tan de moda ahora, de medir el éxito de una marca o un producto en Facebook por el número de fans que tiene su página, ¿por qué no comprarlos al peso?
Lancé el debate dentro de 101 y se me echaron al cuello. “Eso no está bien”, me decía la mayoría mientras torcía el gesto. ¿Y por qué no? Porque esos fans no son “de calidad”, me decían. “No son fans por la marca, lo son porque les prometerán algo que no tiene que ver con la propuesta de valor de la marca. Vete tú a saber cómo los consiguen”.
Y eso hice, me fui a saber cómo los consiguen. Una búsqueda rápida en Google me da varios resultados. Escogí, porque soy un esteta, el de la página más bonita. Ya sabéis que las cosas bonitas funcionan mejor, ¿no? Pues eso.
La experiencia de usuario del proceso de compra no es la mejor. Confiando en mi experiencia y con la tranquilidad de que el dinero no era mío, si no de la agencia, me encontré con que había pagado en Paypal la cantidad acordada, 297 euros de vellón, pero no tenía ningún resguardo y ni siquiera había indicado para qué página quería los 5.000 fans. Me invadió cierta sensación de pánico y un sudor frío empezó a recorrerme la frente. Una cosa es que el dinero no fuera mío y otra distinta que quedase en evidencia mi falta de luces delante del personal de 101. Asustado, busqué un teléfono en el pie de la página. Vi un 902 (qué majetes) y llamé corriendo. Me atendió un chico muy amable con voz de becario. Le conté que había aflojado la tela y que no había dicho ni para quién quería los fans. Le di todos los datos y me dijo que me llegaría un mail. Qué misterio, qué emoción.
Con la garantía de un email, y un plazo en la cabeza de unos 7 días, me dispuse a esperar. Pero la espera se me hizo corta. A la mañana siguiente de haber hecho el pedido, tenía 5.064 fans en la página objetivo. Me quedé frío, como vacío. No había amor, ni relación, ni emoción. “Tenga, su cuarto y mitad de fans. Hasta otra”. No había engagement. ¡Ay!, el “engueichment”, que tan loquitos nos tiene.
Recordé que se trataba de un experimento. No importaba la calidez del proceso. Me lancé a bucear en las estadísticas de la página. ¿Quienes eran mis fans? ¿Qué querían? ¿Cómo podía conseguir hacerme amigo de ellos? Y lo más importante ¿Por qué se habían hecho fans de una página de una marca inventada con sólo dos actualizaciones? Lamentablemente, Facebook tarda unos días en procesar la información de tus fans. Tendría que esperar casi una semana para saber más de ellos. Sí sabía una cosa. El número de gente hablando de mi marca: 2 personas. De 5.063, no es un buen ratio. Pero algo es algo.
Se cumplió la semana y por fin pude acceder a la fuente de conocimiento. Los datos son… ¿cómo decirlo? Curiosos. Recopilo los highlights:
Entre mis 5.045 (han bajado) fans tienen 175.244 amigos. Una media de 35 amigos por fan. Es un dato sensiblemente más bajo que la media de 110 amigos de un usuario en Facebook.
El reparto de sexos no satisfaría a la ministra de igualdad más laxa. El 60% de mis fans son tíos. Y según las edades, los segmentos de 18-24 y 25-34 son los más importantes.
Lo más divertido es la dispersión geográfica: 2.666 fans son alemanes, 1.860 son de Fráncfort del Meno, Hesse, Alemania, y 771 son de Frankfurt Am Main, Hessen Deutchland. No lo digo yo, lo dice Facebook. Y si, es la misma ciudad. El resto se reparte entre multitud de países: Brasil, Marruecos, Turquía, Indonesia, México, España (66 fans), Estados Unidos, etc. A pesar de la mayoría alemana, me dicen que 3.179 de mis fans prefiere el inglés como lengua. Sólo 61 prefieren alemán.
Como veis, la calidad del kilo de fan deja mucho que desear. Pocos amigos y perfiles sospechosamente incongruentes. La única utilidad que les veo sería la de engrosar el ego de un brand manager poco avispado, o cuyo jefe sólo cotiza la labor en social media en función del número de fans de la página de la marca.
Me esperaba encontrar una fuente de notoriedad, un nuevo modo de hablar a la gente de tu marca, de conseguir que el mensaje y la presencia de la marca llegara a más gente. Me olvidé de que ahora y aquí todo va más en el sentido de la conversación, y que con un ejército de zombies hay poco que conversar.
Pero no terminan ahí mis ambiciones frustradas. En mi afán por buscarle una utilidad a los datos que me aportaban mis fans sin cerebro, busqué entre las estadísticas. Y vi un dato que arrojó algo de esperanza a mi abatido espíritu. Las fuentes externas de tráfico a mi página. 31 visitas de un lugar llamado dashboard.buyrealmarketing.com. Nada más.
Entré en la url y me pedía usuario y contraseña. Vaya. Le quité la palabra dashboard y ¡Oh! sorpresa. Me di de bruces con el proveedor de mi proveedor. Es decir, le había comprado los fans a un intermediario. Podría haberme ahorrado unos cuartos, y haber pagado solo 197 dólares por el mismo servicio, desde una página igualmente bonita. 149 euros.
¡Ah!, y también venden followers en Twitter y visualizaciones en Youtube. Pero eso ya os lo cuento otro día.