Por Redacción - 27 Enero 2020
Cuando se piensa en el término medio, en lo que funciona como elemento neutral para comprender a la ciudadanía y cómo es, habitualmente se acaba pensando en un hombre o usándolo como el baremo de referencia. Lo hacen las administraciones públicas, los responsables de tomar decisiones, los algoritmos que cada vez controlan más cosas y, por supuesto, también las empresas.
El mundo está así sesgado, partiendo ya de cómo se usan los datos y cómo se emplean para tomar decisiones, hacia las necesidades o las características de los hombres. Eso es lo que acaba de demostrar en su libro Invisible Women, Caroline Criado-Perez, que fue uno de los grandes lanzamientos de finales del año pasado en inglés y que acaba de salir ahora publicado en castellano como La mujer invisible.
Los datos de Criado-Perez y su análisis invitan a reflexionar sobre las implicaciones legales y éticas que tiene esta situación, pero también deberían funcionar como una llamada de atención para las empresas y para las marcas. No se trata de una cuestión de responsabilidad social corporativa o de cómo esto afecta a su imagen de marca (en un contexto en el que los consumidores están cada vez más preocupados con los valores y la ética de las empresas y en el que el feminismo se ha convertido en una pieza más en el puzle del consumo), sino de que, como un hecho incuestionable, sus productos están dejando fuera a la mitad de la población.
No los están diseñando para que funcionen de forma adecuada para la mitad de sus posibles consumidores y están, con ello, perdiendo oportunidades o lastrando los resultados que podrían lograr. En la era de la obsesión por crear experiencias de cliente muy positivas y en la que se quiere que todo fluya de la mejor manera, para ser memorable y para fidelizar a los consumidores, las empresas están ya poniéndose un punto de partida negativo. Empiezan no con el contador a cero sino con él ya en números negativos.
Los ejemplos que pone Criado-Perez son muy variados, abordando campos de lo más diverso y teniendo efectos que oscilan entre lo molesto y lo directamente grave. En ese último terreno, están los coches, que son probados en cuestiones de seguridad con dummies que muestran lo que le ocurriría al cuerpo humano en caso de accidente.
El dummy, sin embargo, es una representación de la media de lo que, cuando se diseñaron (en los 50), era un hombre. Los organismos no empezaron a debatir sobre la inclusión de dummies que representasen la media del cuerpo femenino hasta los 80. En EEUU, por ejemplo, la inclusión de un dummy femenino en las pruebas de seguridad no empezó hasta 2011.
Todo ello hace que las medidas de seguridad estén pensadas para proteger al cuerpo masculino y sus características y que el diseño no funcione de forma efectiva para las mujeres. En un accidente de coche, según una estadística que recoge Criado-Perez, las mujeres tienen un 17% más de probabilidades de morir, un 71% de sufrir heridas moderadas y un 47% más de sufrirlas graves de lo que le ocurre a un hombre. Esto ocurre porque el diseño del producto no las ha tenido en cuenta.
El ejemplo de los vehículos y sus medidas de seguridad es uno de los ejemplos más graves de los que maneja la autora, pero no el único. La industria de la tecnología, en la que además las mujeres suelen estar ausentes de las cadenas de mando y de los equipos de diseño, está llena de productos que no solo no funciona bien sino que tienen efectos contraproducentes para las mujeres.
El desarrollo de la realidad virtual no las está teniendo en cuenta y hará que el producto final, cuando llegue su momento de gloria, no funcione para las mujeres (y que posiblemente le cueste más convertirlas en consumidoras). Las gafas resultan demasiado pesadas y poco operativas para la usuaria media, pero además el modo en el que se diseña la experiencia y lo que se está teniendo en cuenta no ha ponderado el hecho de que las mujeres se marean más. Para las consumidoras la experiencia es menos positiva e incluso desagradable.
Y la industria de los smartphones, con su carrera por crear teléfonos cada vez más grandes, ha creado terminales que nunca cabrán en un bolsillo de un pantalón diseñado para mujeres (para los que se crean bolsillos más pequeños, por una cuestión vinculada con siglos de sexismo) pero que tampoco son operativos para las mujeres, que suelen tener las manos más pequeñas.
Los fallos de diseño llegan a veces a lo increíble: Apple lanzó en 2014 un wearable para monitorizar la salud que quería ser el mejor del mundo, capaz de medirlo todo (incluso cosas que no se sabe muy bien qué son). Ese wearable que quería ser el epicentro tech de toda tu salud y de todos los datos vinculados a tu cuerpo se había olvidado de incluir funciones de seguimiento para la menstruación, olvidando a ese 50% de la población que en algún momento de su vida menstrua.
De hecho, obviar los elementos específicos vinculados a la salud reproductiva de las mujeres o convertirlo en tabú tiene efectos llamativos. Existen oportunidades de negocio milmillonarias que no se están aprovechando. Como señala Criado-Perez, los modelos de sacaleches son incómodos y muy poco eficientes, pero las emprendedoras que están desarrollando opciones mejores se encuentran con dificultades para acceder a financiación o con angel inverstors que creen que es un producto poco relevante.