Artículo Diseño y creatividad

¿Está haciendo el sesgo de género que las empresas dejen de lanzar productos innovadores? 

O lo que es lo mismo: la escasa diversidad y los estereotipos han llevado a las empresas a perder dinero y podrían seguir haciéndolo si no cambian cómo toman decisiones 

Por Redacción - 13 Mayo 2022

Si te sientas en el medio de un aeropuerto y simplemente observas qué hace todo el mundo y qué lleva consigo mientras recorre los pasillos buscando su puerta de embarque, verás un elemento repetido una y otra vez. Lo habitual, lo que nos parece normal, es que esos viajeros circulen arrastrando una maleta: sus ruedas la harán circular de manera ligera, casi sin esfuerzo, por los pasillos de la terminal. Las habrá de muchos colores y de muchos tamaños. Habrá algunas que nos lleven a preguntarnos cómo lograrán pasar las rígidas normas de tamaño y peso en la puerta de embarque. Pero la mayoría abrumadora tendrá ruedecitas.

Parece lógico: las maletas pesan y unas ruedas hacen mucho más fácil transportarlas. Y, sin embargo, la innovación que llevó a que las maletas tuviesen ruedas es reciente y mucho más lo es su popularización masiva. La culpa de que las maletas no tuviesen ruedas estuvo durante muchos años en los sesgos de género y en lo que se asumía que debía ser un hombre. Un hombre de verdad, decía el cliché, no tiene ningún problema para mover un poco de peso.

La historia de las maletas con ruedas es una de las que Katrine Marçal pone en La madre del ingenio para explicar “cómo se ignoran las buenas ideas en una economía diseñada para los hombres”. Los estereotipos y las expectativas tradicionales de género – y no menos importante que los centros de toma de decisiones tengan todavía más hombres que mujeres – llevan a que ciertos productos se queden en el tintero.

La maleta con ruedas tal y como la conocemos hoy empezó en 1970, cuando un trabajador de la industria del equipaje, Bernard Sadow, vio a unos operarios de un aeropuerto en el Caribe mover grandes pesos ayudados por unas maletas. De ahí pensó en cómo podría ayudar unas ruedas también al equipaje y evitar tener que cargar con las maletas. Porque hasta ese momento las maletas tenían asas – y asas incómodas como se quejaban los consumidores – que había que cargar al peso.

Sadow no fue en realidad un absoluto pionero, como explica Marçal, porque ya en Reino Unido existían una especie de correas con ruedas que se podían añadir a cualquier maleta. El producto estaba destinado a las mujeres y se anunciaba en prensa femenina, pero no había tenido tanto recorrido.

“Me tomaban por loco”

Sadow pensó que había encontrado una veta de oro, pero su idea tardó en cuajar. Cuando intentaba venderla a los grandes almacenes, esta la rechazaba, porque no creían que fuesen a tener compradores para esa maleta. “Me rechazaron en todos lados donde me presenté. Me tomaban por loco”, explicaría tiempo después, como recoge Marçal. Una maleta funcionaba para ser cargada y un hombre la lleva al peso, era la consigna. “En ese momento imperaba un espíritu masculino. Los hombres solían llevar el equipaje a sus mujeres. Era… Lo más natural, supongo”, reflexionaba el inventor.

La maleta con ruedas no empezó a tener éxito hasta que Macy’s empezó a venderla – pero con el reclamo de “la maleta que se desliza” y no insinuando que nadie no pudiese con ella – y, sobre todo, hasta que cambiaron los patrones sociales. Las mujeres empezaron a viajar solas, así que ellas fueron un primer grupo muy receptivo a la idea. Luego, las tripulaciones de cabina – que necesitaban algo práctico y pequeño para llevar su ropa de un lugar a otro – adoptaron no solo la maleta con ruedas sino la maleta con ruedas de tamaño de cabina, haciendo que se convirtiese en algo ultra glamuroso.

Pero aun así y por mucho que la maleta con ruedas ahora nos parezca algo lógico, su boom no empezó hasta los años 80. Los sesgos de género frenaron a la industria de los equipajes.

No es un problema tan lejano

Y, aunque la historia de la maleta parece algo muy lejano y casi remoto, no lo es en absoluto. Incluso ahora, como demuestra Caroline Criado-Pérez en La mujer invisible, los sesgos de género siguen marcando cómo se diseñan los productos. Criado-Pérez apunta que cuando se habla del término medio se piensa directamente en la media de cómo es un hombre. Se asume que esto es extrapolable a toda la población, pero no lo es. Por ejemplo, los coches resultan más inseguros para las mujeres porque no se ha tenido en cuenta cómo son sus cuerpos para hacer su diseño.

Por supuesto, el sesgo también lleva a que las marcas no lancen productos o pierdan oportunidades con los productos que presentan. Criado-Pérez recoge el ejemplo paradigmático de un servicio de Apple que prometía en 2014 medir todo lo referente a la salud de quien lo usase. Lo era hasta que lo presentaron al mundo y se dieron cuenta de que resultaba imposible medir el ciclo menstrual.

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