El público objetivo se está volviendo escurridizo, se mueve por territorios que el marketing y la comunicación deben reconquistar. Inmerso en la hiperconexión, nuestro target es dinámico, cambiante y, a veces, caprichoso.
He aquí pues el panorama: lenguaje y procesos de comunicación hasta hace poco desconocidos, contenidos fugaces y, en lógica consecuencia, comportamiento del consumidor diferente porque ahora actúa en un escenario de compra en el que la búsqueda, el análisis, la decisión y el pago se ejecutan en tiempo real.
Todo ello confluye en que, parafraseando la última película de Buñuel, el público objetivo es hoy también, más que nunca, un oscuro objeto de deseo.
Lo decía hace unos meses a propósito del nuevo escenario con el que se encuentran los "pantómetras" u obsesos de la medición que abundan en nuestra profesión. Para ellos, a modo de nuevo reto, ha surgido una suerte de cuarta dimensión (eso que los matemáticos llaman "teseracto") en la que han de desenvolverse para lograr reconocer, alcanzar y convencer al público…, objetivo de toda estrategia de marketing y comunicación.
Esta instantaneidad en la que prácticamente se juntan, como decía, la búsqueda, el análisis, la decisión y el pago del producto obliga a desarrollar nuevos perfiles de consumidor. Ahora se usan un lenguaje y unos procesos de comunicación desconocidos, los contenidos son fugaces, los códigos (voz, emoji, gestos…), así como las herramientas (wearables, chatbots, mensajería.) surgen y se solapan sin un patrón conocido que podamos estudiar. Si Don Quijote viviera entre nosotros quizá no podría evitar exclamar: "La comunicación ha cambiado, amigo Sancho. Busquemos pues una conexión wifi para enviar un WhatsApp a mi amada Dulcinea mientras te encargas de comprar online alimento para el bueno de Rocinante…"
Este territorio está sembrado no solo de dispositivos digitales sino también de una nueva filosofía de las relaciones entre marca y mercado. Algunos de sus puntos angulares son, en mi opinión, los siguientes.
Pero este rasgo añade una dificultad no pequeña a los analistas de audiencias que hace más compleja la segmentación. Me refiero al hecho de que hay segmentos de tráfico, junto con su contenido, que escapan a los rastreadores; las referencias y enlaces que se envían por WhatsApp o email, por ejemplo, se salen de los escenarios de la analítica tradicional y complican el seguimiento. Será por eso que se les ha dado en llamar "dark social": la parte de interés comercial más recóndita de la comunicación de nuestro target. Según un estudio de Radiumone, hasta el 84% del contenido compartido en websites es dark social y ello representa un volumen de "data" que sí merece el calificativo de "Big".
Como profesionales, resulta apasionante; como ciudadanos, asusta, pero, en cualquier caso, ya está aquí.
No hay duda: Lenguaje, procesos, contenidos, códigos y herramientas de comunicación surgen hoy y se solapan sin un patrón conocido. La segmentación exige ahora unos niveles de precisión nuevos, se mejoran las herramientas para lograrlo, pero el público objetivo también está aprendiendo a "esconderse" de nosotros con más habilidad. Ahí está nuestro reto.