Por Redacción - 26 Abril 2018
La imagen corporativa es uno de esos elementos clave en la estrategia de una marca o de una empresa, ya que es la llave para que los consumidores reconozcan a la compañía y para que la tengan en cuenta en sus decisiones de compra. Gracias a una buena imagen corporativa, la compañía en cuestión destaca sobre las demás y logra ser reconocida de forma rápida y eficiente.
Por ello, las recomendaciones sobre qué hacer a la hora de lanzar una compañía y mantenerla suelen recordar una y otra vez la importancia de trabajar para posicionar un buen nombre para la empresa, uno que logre transmitir los valores de la misma. Luego nos recuerdan la importancia de crear un buen arsenal de elementos de identidad gráficos, como puede ser el logo, una selección de colores adecuada o un uso de elementos visuales consistente.
Y, por supuesto, se apunta lo decisivo que es tener bien preparados otros elementos, como puede ser desde la presencia en la red más eficiente de la compañía hasta tener una narrativa clara de quién somos y hacia dónde vamos que no cueste transmitir el mensaje corporativa.
La imagen corporativa se ve como una descripción eficiente de aquellas cosas que queremos decir a los consumidores, pero lo cierto es que no solo implica esto. O, mejor dicho, en la lista de las cosas que esto implica no están únicamente estos elementos, los clásicos de todos los listados de lo que la imagen transmite y lo que se debe cuidar en la imagen.
La imagen corporativa es una suerte de carta de presentación de la compañía y un elemento determinante para comprender cómo es la misma. Por eso hay que tener en cuenta que en realidad está diciendo muchas más cosas de tu negocio de las que posiblemente se piensa a primera vista.
Esto es algo que posiblemente las grandes marcas tienen muy claro y las multinacionales hacen bastante bien, pero que ya cuando se adentra en el análisis de lo que las pymes hacen a la hora de trabajar en la imagen corporativa de sus negocios es bastante más sencillo ver que no lo tienen tan claro. Si la imagen corporativa será la que muestre a los consumidores lo que hace que tu empresa sea completamente distinta a la competencia (lo que hará que consuman contigo, en lugar de hacerlo con tus competidores), al final será la que transmita la esencia de tu negocio.
Y esto hace que se tengan que cuidar todos los elementos y todas las cuestiones para mostrar esa diferencia que hace a la compañía única. Quizás la mejor manera de comprenderlo es viendo un ejemplo a la inversa. Todas esas peluquerías que se llaman Pelos o Rizos o todas aquellas que tienen como logo unas tijeras no están creando más que una imagen del montón, una que tienen otras muchísimas peluquerías en posiblemente incluso la misma ciudad.
La imagen corporativa no solo transmite información con la paleta de colores que se usa, con el nombre o con el eslogan. Y, por supuesto, no solo deja claro qué haces, cómo lo haces y por qué deberían consumir contigo en vez de la competencia. Los consumidores asociamos otros muchos valores intangibles a la imagen de las compañías, valores sacados de otros escenarios y de otros códigos.
Esto es lo que hace que dotemos de posicionamiento político a las marcas, por ejemplo, y asumamos que una es conservadora y otra no lo es. No es el único posicionamiento en términos ajenos a productos de los que dotamos a las marcas. También las metemos en compartimientos en cuestiones laborales o de respeto al medioambiente, por poner solo dos ejemplos más. Y esa información la está dando la imagen corporativa.
Muy ligado al punto anterior, por tanto, la imagen corporativa también indica no solo cuáles son las posiciones generales de la compañía en términos de posición en el mundo, sino también qué posiciones ocupa la compañía ligadas a los grandes temas del momento. Muchas compañías se relacionan con esos temas simplemente echando mano de un par de tuits o de unos mensajes en Facebook, pero lo cierto es que la imagen corporativa ya ha hecho ese trabajo por ellos.
Y, finalmente, la imagen corporativa indica también a los consumidores la frescura de la marca, su adaptación al paso del tiempo. Una marca puede tener una imagen corporativa clásica y que funcione, otra puede renovarse de forma recurrente para tener una imagen siempre moderna. Lo importante es saber qué se quiere transmitir y cómo se quiere transmitir y ser plenamente conscientes de cómo esto afecta al cómo nos ven los consumidores. Al fin y al cabo, lo que no se quiere es que la imagen simplemente diga que nos hemos quedado pasados de moda.