Por Redacción - 3 Marzo 2020
Poco da más miedo a una marca que una crisis de reputación. Para las empresas, no solo es un golpe contra su presencia en el mercado, sino que además es un elemento que desestabiliza el trabajo que habían hecho hasta el momento.
Una crisis de reputación lleva a una crisis de confianza y todo lo que se ha estado trabajando en marketing puede desaparecer casi por arte de magia. Llegar a cierto nivel en la relación con los consumidores requiere mucho trabajo y mucho tiempo, acumulando acción tras acción para asentar cierta imagen de marca. Perder todo lo logrado, por el contrario, se puede lograr en cuestión de horas. Una crisis y una mala primera reacción acaba lastrando por completo lo hecho.
Las compañías y las marcas trabajan, por tanto, con planes de contención y miden muy bien qué hacen y cómo para evitar este tipo de problemas. Sin embargo, resulta imposible blindarse por completo ante las crisis. Alguien puede cometer un error, algo puede salir de un modo diferente al esperado o algo puede aparecer de forma inesperada. Y, mucho más doloroso para las marcas, algo puede ocurrir que arrastre a la marca. Su imagen se puede convertir en el daño colateral de las malas noticias o de las acciones de otro.
En este último caso, no hay más que pensar cómo afectan en los últimos años los políticos a las marcas. Que una marca o un producto acabe unida a un político por una razón o por otra (aparece tomando ese producto o habla de él), puede acabar teniendo un impacto muy negativo. Los consumidores pueden lanzarse a boicotear el producto si el político entra en algún punto extremo que no les interesa. Le acaba de pasar en Reino Unido a una marca de té, que ha tenido que gestionar un boicot en redes sociales sin comerlo ni beberlo.
--- Regístrate o accede como usuario para disfrutar del acceso ilimitado a todos nuestros contenidos ---