Por Redacción - 9 Octubre 2018
Si se preguntase a cualquiera sobre cómo debe mantener la imagen en retail una compañía, la respuesta que darían iría bastante por la línea de "actualizada". Si tienes una tienda o cualquier tipo de negocio en el que el público tiene que visitar una sede física, necesitas mantener esta siempre con un aspecto fresco.
No es solo una cuestión de tener un equipo de limpieza que venga de forma regular, sino también de actualizar los muebles, pintar las paredes o no mantener eternamente esas cortinas de los años 70 (a menos que ya se haya cruzado la frontera y ahora sean retro). Hay que mantener la imagen siempre fresca y hay que hacer que parezca actual, consistente con lo que se quiere transmitir a los consumidores. Al fin y al cabo, ¿quién no ha sentido reparos antes de entrar en un restaurante con look descuidado y quién ha comprado en otra tienda ante una cuyo escaparate parece no haber cambiado desde que la abrieron en 1987?
Pocos serían los que dudarían de que todo esto es muy importante y que todo ello impacta en cómo los consumidores perciben al negocio. Y, si en este terreno está claro, ¿por qué no lo está en otras áreas en las que las marcas, las empresas y sus productos se presentan? Si tenemos claro que las cortinas de 1987 del restaurante de la esquina son una mala idea, ¿por qué no tenerlo también claro del packaging de ese producto que no cambió desde que salió al mercado?
Cambiar el packaging y la presentación de la marca son procesos que a las empresas les dan miedo. En realidad, a pesar de todo, es fácil comprender por qué da cierto vértigo enfrentarse a una renovación. Lograr que tu consumidor te encuentre en medio de todas las cosas con las que se cruza cada día y que te identifique rápidamente es muy importante. Es crucial para colarse en la cesta de la compra, sea el mercado que sea.
Por tanto, no pocas compañías prefieren quedarse sobre seguro y asegurarse no perder el mercado. Es la aplicación de negocios del refrán virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Pero asegurarse seguir donde se estaba no cambiando las cosas no es una decisión tan acertada, porque en realidad expone a las compañías a otros riesgos.
Si tu imagen es muy reconocida y tu packaging funciona muy bien, quizás no tengas que cambiarlo de forma radical, pero sí tendrás que hacer unos cuantos ajustes para seguir estando acorde con los tiempos. Si tu imagen ha calado pero tu packaging se ve añejo y pasado, si parece sacado del baúl de la abuela, por mucho que haga que unos consumidores sigan encontrando el producto, habrá que cambiarlo.
El packaging es la carta de presentación, lo que hace que los consumidores no solo conecten con el producto, sino también que asuman lo que este es, lo que lo hace especial y lo que hace que destaque por encima de los demás.
Así, el packaging tiene que tener un diseño que logre transmitir los valores de la marca y sus características más positivas y, sobre todo, que conecte con los consumidores y con los intereses que mueven sus decisiones de compra. Y los consumidores y sus intereses cambian y se actualizan con el paso del tiempo.
Pensar en cómo el packaging de nuestro producto es el mejor del mercado y cómo se puede hacer que resulte más atractivo para los consumidores no es una tontería. Es algo que tiene un impacto directo en el bolsillo de los consumidores y en las cuentas de la empresa. El packaging puede determinar las decisiones de compra. Algunos estudios apuntan que un tercio de las decisiones que se toman en relación a las compras se basan en cómo está empaquetado el producto.
Las cosas entran por los ojos y en un mercado cada vez más lleno de oferta y más saturado de productos esto es cada vez más evidente y más importante para las empresas. Nuestras decisiones de compra se toman en unos 7 segundos, según los análisis y los estudios, lo que hace que la primera impresión cuente (y mucho).
Un buen packaging puede, de hecho, aumentar el interés de los consumidores en un producto en un 30%. El color que domina en el packaging puede tener un impacto de hasta el 90% en nuestras decisiones de compra.
Son solo unas cuantas cifras y unos cuantos datos estadísticos que ayudan a comprender por qué el packaging es importante y por qué no se puede olvidar en la estrategia de la marca.