Por Redacción - 17 Noviembre 2016
Hace unos cuantos años, posiblemente se podría hablar ya de décadas, uno de los elementos que circulaban de forma recurrente por los correos electrónicos y que llegaban a las primeras bandejas de entrada eran listas sobre productos malos. Todo el mundo habrá recibido, habrá tenido en sus manos (también estaban quienes las imprimían y las distribuían en mano) y habrá escuchado hablar sobre los problemas de ciertos colorantes, el uso de ciertos elementos en la fabricación de ciertos productos o como ciertos conservantes eran altamente perjudiciales para la salud. El contenido circulaba vía mail reenviado y tenía su pequeño momento de gloria, convirtiéndose en un problema para las empresas que protagonizaban el envío de turno.
Los mails no eran la única manera de comentar este tipo de cuestiones, aunque sí fue una de las que las hacían más populares. Tras ellas llegó la publicación en blogs y en diferentes soportes de internet de diferentes teorías y diferentes cuestiones relacionadas con la alimentación, que se fueron uno de los altavoces que hicieron que todas estas cuestiones fuesen más y más populares y empujasen a crear modas en alimentación.
Y ahora han llegado las redes sociales, que en los últimos tiempos se han convertido en elementos que hacen que se viralicen teorías, se condenen productos y se ensalcen otros, con razón o sin ella, convirtiéndose, en este segundo punto, en uno de los grandes problemas para las marcas. Cualquier firma o empresa de cualquier sector se puede ver afectada por este movimiento y por la creciente presión que crean este tipo de herramientas y los comportamientos de los usuarios en esos escenarios, pero lo cierto es que la industria de la alimentación es quien más lo está viviendo y quien tiene los más claros ejemplos. Solo hay que pensar cómo se ha demonizado a la leche o cómo todo el mundo parece querer comer productos sin gluten, aunque no sean celíacos, en los últimos tiempos para comprenderlo.
Las redes sociales funcionan como lo que en inglés se conoce como echo chambers, cámaras del eco en su traducción al castellano.
Las cámaras de eco no son nada nuevo, aunque las redes sociales funcionan como un amplificador de las mismas. ¿Qué es lo que hacen? Son sistemas en los que se comparten siempre las mismas informaciones, reafirmando a los participantes de lo que creen, y en las que las versiones discordantes se censuran. Las redes sociales han hecho que esto sea mucho más poderoso, ya que al fin y al cabo nuestros contactos suelen ser como nosotros y por ello suelen tener ideas más o menos similares a las nuestras.
¿Qué acaba implicando esta realidad?
Que en todo momento estamos siendo bombardeados con contenidos que se ajustan a lo que nosotros creemos y que refuerzan nuestros puntos de vista y están haciendo que accedamos a la realidad no de una forma muy completa. Al final vemos lo que queremos ver.
Muchos consideran que fueron estas cámaras de eco (y el hecho de que en esos circuitos entre muchísima desinformación y noticias falsas que son aceptadas como buenas) lo que ha ayudado a que Donald Trump ganase en Estados Unidos, pero lo cierto es que el peso de estas cámaras de eco no solo afecta a la política, sino también a las marcas, que ven como ciertas ideas sobre sus productos se asientan y se repiten, consiguiendo muchísimo más alcance aunque sean mentira y la ciencia pueda demostrarlo.
Y eso es lo que le está pasando a muchas compañías de la industria de la alimentación, que han visto como ciertas creencias se han viralizado en las redes sociales y se han asentado como poderosamente verídicas (sin ser nunca cuestionadas) gracias a las cámaras de eco sociales. "Las redes sociales son la peor pesadilla de la industria", explica un experto a Quarzt durante la World Meat Congress, un congreso mundial de productores de carne, reflexionando con cómo los productores de carne están viviendo un momento de crisis de identidad y de imagen y cómo las redes sociales son las grandes culpables de ello.
La industria ha visto como son cuestionados por muchísimos temas (seguridad alimentaria, medioambiente, efectos en la resistencia a los antibióticos de las personas, impacto en la salud...) y muchos de esos elementos vienen, directamente, de lo social. En las redes sociales toda la información sobre esas cuestiones viaja a la velocidad del rayo, haciendo que los problemas les estallen a las marcas sin que prácticamente puedan hacer nada para frenarlo. Las marcas no tienen margen de maniobra y no son capaces de reacionar. La información va muchísimo más rápida que ellos y se asienta mucho más rápido de lo que ellos pueden actuar, incluso cuando no es necesariamente verdad.
Las marcas se encuentran con que su imagen se está desintegrando y que los ataques son cada vez mayores y más recurrentes, que la información circula mucho más rápido de lo que ellos pueden actuar.
¿Qué hacer?
La respuesta a esa pregunta es compleja. Hay quienes deciden no entrar en la guerra de lo social, dejando la información sobre lo que hacen y los potenciales desmentidos ante estas informaciones que circulan por las redes sociales en un apartado de su web corporativa. Hay quienes entran en la conversación y quienes dan su punto de vista. Y hay quienes en los últimos tiempos están intentando ser más transparentes y dar más información, para así intentar frenar el impacto de las cámaras de eco.