Por Redacción - 12 Junio 2018
Un hilo en Twitter acaba de abrir la caja de los truenos (o mejor dicho una caja más de los truenos) del mercado de los influencers y de a lo que se tienen que enfrentar quienes lo emplean para llegar a los consumidores. Alejandro Rivas, fundador de MarcaSfera, ha compartido en su perfil en la red social las sorprendentes negociaciones que tuvo que mantener hace unos años con un influencers pre-adolescente con el que querían colaborar en una campaña.
El influencer quería cobrar en negro (pero vía PayPal), que no se firmase ningún tipo de factura y que su padre no se enterase de todo lo que estaba haciendo. "Me repite lo mismo: Esto lo que hay, este mes ya han aceptado estas condiciones 4 marcas. La cantidad pactada para la campaña es superior a 1.000 €, hago cálculos, cobra más del doble de lo que cobro yo, con 12 años", publica en uno de los tuits del hilo.
El caso resulta sorprendente, llamativo y parece un ejemplo sacado de entre lo más raro y peor del marketing con influencers, pero lo cierto es que posiblemente no sea más que una gota de agua más en el mar de la cara B del marketing con influencers. Este formato de marketing en la era de las redes sociales se ha convertido en una de las grandes esperanzas de los marketeros para llegar a sus consumidores de forma efectiva, pero también en ya un escenario con muchas sombras. Puede que el marketing con influencers se presente como un elemento con mucho potencial para triunfar, pero tiene ya una cara B muy poco recomendable.
Hecha la ley, hecha la trampa. El refrán popular se puede aplicar también a lo que está ocurriendo con el marketing con influencers y con el pico de interés que ha despertado tras su, por así decirlo, consagración. A medida que las marcas y las empresas han empezado a mostrar más interés por este formato de comunicación, también han aparecido quienes se intentan posicionar aprovechando el boom del mismo. En ciertas ocasiones, da la sensación de que venderse como influencer se puede vender cualquiera.
El punto negativo de todos estos influencers más bien de palo que han aparecido en los últimos tiempos es que se ha producido el nacimiento de una especie de posición alternativa, la de que aquellos que usan el poder de convocatoria del término influencer para sacar lo que se pueda gratis. Es lo que se podría llamar el influencer gorrón, que ya ha protagonizado no pocas historias y no pocos escándalos virales.
El comentario que TripAdvisor tuvo que retirar de un restaurante después de que sus dueños demostraran que la persona que lo había escrito no había estado allí (pero sí que había pedido antes comer para poder dejar su opinión como influencer), restaurantes a los que les proponen ya hacer una cobertura de influencer por una comida gratis y un pago extra... Todo esto está desvirtuando el mercado y está haciendo que los influencers empiecen a ser vistos de un modo mucho menos positivo.
Muchos de estos comportamientos vienen marcados por una cuestión, la misma que antes también ha afectado a muchos otros sectores con la llegada de la red. El hecho de que internet permita que cualquier tenga un altavoz ha creado muchas oportunidades muy positivas, pero también ha hecho que se desprofesionalicen muchos terrenos. No hay más que pensar en los medios de comunicación y como se ha desprofesionalizado el trabajo de publicar contenidos.
Los influencers que se han labrado una posición y una carrera, tras años de trabajo duro y de convertirse en referentes en el terreno en el que hablan, están viendo como el mercado se está llenando de recién llegados que simplemente vienen a por el dinero fácil o por los productos gratis. No tienen muchas veces las líneas éticas del trabajo de quienes llevan mucho tiempo en el mercado o tampoco su profesionalidad, lo que hace que trabajar en este entorno sea mucho más difícil y mucho más saturante.
A todo esto, también habría que tener en cuenta que - aunque hay quienes llevan muchos años trabajando en esto y posicionándose - no todos ellos son igualmente profesionales y no todos tienen las mismas líneas éticas de trabajo.
Al fin y al cabo, ahí está uno de los grandes problemas del marketing con influencers y lo que se puede convertir en un momento dado en uno de los grandes problemas a los que tengan que enfrentarse las marcas y las empresas que trabajan con ellos. La publicidad está jugando en este terreno con normas de lo más difusas.
¿Qué es publicidad y qué no lo es de lo que publican los influencers? Como ocurrió años atrás con las blogueras de moda y su boom, la presencia de las marcas es recurrente y una parte muy importante de esa presencia es de pago. Pero, a pesar de que esa presencia es de pago, para quien está al otro lado resulta muy difícil comprenderlo o descubrirlo. Lo que se está viendo es publicidad, pero las marcas que lo indican son difusas y están poco claras.
Aunque los influencers deberían regirse por las mismas normas que la publicidad en general, el mercado es casi un Salvaje Oeste del todo vale y de hacerse de oro antes de que cambien las tornas en el que no pocos empiezan a pensar ya que debería implantarse una regulación clara y específica. Por ahora se usan ciertos hashtags para indicar (a veces) que es publicidad, ¿pero es esto suficiente?
Pero los problemas no se quedan en únicamente el modo en el que se comparten los contenidos y el cómo han empezado a aparecer ya cuentas que no son realmente influencers de verdad haciéndose pasar por ellos, sino que además debería empezarse a medir las audiencias que tienen los influencers y a observarse quiénes las componen de un modo mucho más preciso y mucho más claro. Las audiencias millonarias no lo son a veces tanto e inflar la lista de seguidores para parecer relevantes no es tan complicado.
De hecho, un ejemplo claro de cómo se puede crear a un influencer de la nada con una lista de seguidores comprada está en el trabajo que hizo el pasado verano una agencia, que creó dos perfiles usando fotos de stock y comprando poco a poco seguidores. En cuanto cruzaron un número mágico en audiencias, empezaron a recibir propuestas de campañas publicitarias.
A eso se suma que la realidad de lo que muestran las fotos y los contenidos publicados (y que conectan con los seguidores porque, en teoría, son contenidos auténticos que representan su vida real y los hacen ser expertos en esas materias) son en no pocas ocasiones visiones idealizadas y escenificadas de la vida en la que se mueven estos influencers, especialmente en ciertos terrenos.
Si ya en general los internautas hacen una suerte de purga y censura previa de lo que suben a sus redes sociales, como es el caso de Instagram, en este caso ocurre algo mucho más claro. Lo importante no es la realidad, sino el cómo queda.