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Obsolescencia programada: cuando la vida útil de un producto está limitada

Por Redacción - 18 Junio 2014

El Estados Unidos de los años 30 era un mercado complicado para cualquier vendedor. El crack de la bolsa en 1929 había tenido un impacto altamente negativo en la economía del país (y en realidad en la economía global) y había arrancado una de las crisis económicas más terribles que (hasta ese momento) se había vivido. Los años 30 fueron los años de la Gran Depresión, cuando el índice de desempleo rozó niveles estratosféricos y cuando quienes no tenían nada era casi legión. El consumo no estaba en su mejor momento, como era de esperar.

De la Gran Depresión han quedado muchas cosas que han llegado hasta hoy en día: Cambios en la regulación, obras literarias que ya se consideran canónicas, algunos elementos de seguridad para los trabajadores pero también modificaciones en las pautas de consumo y en las estrategias de venta. Y en este último punto, y aunque el término no se empezó a usar de forma general hasta los años 60 y no se hizo realmente popular hasta que otra crisis económica nos hizo hablar de nuevo de él, fue en el que apareció la obsolescencia programada.

En los años 30, la idea - acuñada por el comerciante Bernard London - proponía que se implementase una ley que hiciera que los productos tuviesen una vida limitada. Es decir, todas las cosas tendrían una fecha de caducidad real y esperable, lo que haría que el consumidor no tuviese más remedio que comprar un reemplazo. La ley no salió adelante, pero eso no significó que los productos no llegasen al mercado con una vida limitada. De hecho, cuando London tuvo su idea, no estaba inventando nada nuevo.

El caso más popular de la obsolescencia programada es el de las bombillas, cuyos fabricantes decidieron en los años 20 limitar su vida útil para no frenar su consumo. Así, pasaron a durar 1.000 horas, 500 por debajo de la primera bombilla patentada por Edison y la mitad de lo que duraban las bombillas en ese momento. El cártel fue denunciado y los fabricantes tuvieron que eliminar la muerte programada de sus productos, aunque siempre hay quien añade - cuando se habla de este tema - un ?en teoría".

Pero ese no es el único producto que está - o estaba - llamado a morir en un momento dado para que la rueda del consumo siguiese girando. Las medias de nylon eran, cuando llegaron al mercado en los años 20, muy duras y casi irrompibles. Hoy en día, las medias son uno de los productos que más fácilmente se rompe, a menos que sean de muchos denims (la medida para saber el espesor de una media, cuando más denims más opaca, más gruesa y más resistente) y por tanto más cara.

Víctimas de la obsolescencia programada

En la lista de víctimas de la obsolescencia programada, hay muchos productos. A las impresoras también se las acusa de tener una vida útil limitada, ya que tras un cierto número de impresiones dejan de funcionar y anuncian que fallan piezas. La recomendación del servicio técnico es siempre comprar una impresora nueva porque los precios son muy elevados. Sus cartuchos tampoco se salvan de la quema, ya que hay quien acusa a los fabricantes de impedir seguir imprimiendo cuando queda aún tinta de algún color pero no del resto.

Después están también todos los productos de nuevas tecnologías que dejan de funcionar cuando se actualiza el software. Es decir, todos esos dispositivos que ya no son compatibles cuando se pasa a una versión del software más avanzada y que, muchas veces, no deja de ser más que otra forma de practicar la obsolescencia programada.

En el caso de la electrónica de consumo, algunos productos acaban viendo como su batería muere para siempre, sin que puedan hacer nada para solucionarlo porque no pueden cambiarla sin estropear su dispositivo.

Fuera del mundo de las nuevas tecnologías, se ha acusado a los fabricantes de lavadoras (con, supuestamente, ciclos de vida limitados a cierto número de lavados) o a los de automóviles (que empujarían a ciertas piezas a acabar fallando).

Mercado e imagen

Claro que frente a todo esto hay quienes defienden que la obsolescencia programada no es más que estrategia - legal y aceptable - de mercado. "Mucho de lo que se llama obsolescencia programada no es más que el trabajo de las fuerzas de la competitividad y de la tecnología en una sociedad libre, fuerzas que llevan unos productos y servicios mejorados", apuntaba el gurú del marketing Philip Kotler, como recogía The Economist, sobre el fenómeno. La vida limitada de los productos sería, según este punto de vista, una consecuencia más del ciclo de vida del propio producto.

Los consumidores no están de acuerdo y los reguladores del mercado empiezan a tampoco estarlo. Que un producto esté llamado a morir (en algunos casos el día en el que se acaba su período de garantía) está muy lejos del juego limpio, aseguran. El Comité Económico y Social Europeo (CESE) está, por ejemplo, batallando en ese campo ya que, como explica Bernardo Hernández Bataller, uno de sus miembros, en una entrevista reciente en Eldiario.es, se trata de un fraude para el consumidor.

Si la crisis económica en los 30 hizo que los fabricantes se interesen por limitar la vida útil de los productos, la de comienzos del siglo XXI ha hecho que los compradores se preocupen por las consecuencias que esto está teniendo. No se trata solo de que el abuelo tuviese razón cuando decía que las cosas que se fabrican ahora nada tienen que ver con las que se fabricaban antes. Es que, en un mundo en el no se puede gastar "alegremente", los compradores no pueden seguir con la filosofía de consumo de comprar, usar y tirar que mantenían hasta el momento. Un documental con ese título fue, además, la piedra de toque que dio la alerta. "Creo que se está produciendo un cambio y que ahora a la gente le interesa mucho más utilizar, usar las cosas y no tener museos de todo en su casa", asegura Hernández Bataller.

Cambio en el consumo

Las redes sociales e internet han hecho el resto. Solo hay que hacer un par de búsquedas en YouTube para encontrar no solo vídeos sobre la obsolescencia programada sino también sobre cómo enfrentarse a ella. El consumidor está ahora más informado, más preocupado y más ?armado" para luchar contra las marcas.

El boom de nuevos fenómenos, como la tan polémica economía compartida o el auge de la segunda mano, ha ido paralelo al interés en problemas como la obsolescencia programada y se ha sumado en el comienzo del cambio de rumbo en algunas pautas de consumo. Los consumidores quieren algo diferente y sobre todo quieren más información. Las empresas del siglo XXI tienen, es algo que se repite siempre, que tender a ser transparentes. Si algunas de las ideas normativas propuestas para frenar el impacto de la obsolescencia programada sobre sus compras salen adelante, podrán, incluso, saber cuándo está llamado a morir el producto que compran.

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