
Cómo los supermercados seducen con sus técnicas a los más pequeños
Los niños son el consumidor del mañana pero también el consumidor del presente. Los niños acompañan a sus padres a hacer la compra y son quienes durante todo el proceso de hacerse con los productos intentan llevarse algo más a casa. El ¡cómprame estas chuches! o ¡Yo quiero esos cereales! es algo que cualquiera que se pasee por un supermercado cuando ya han acabado las horas de colegio no tendrá que esforzarse mucho para escuchar. Los niños piden y los niños añaden cosas a la cesta de la compra, así que es de esperar que los supermercados y las grandes cadenas tengan en los más pequeños de la casa uno de los targets a los que deben convencer.
Pero ¿cómo seducen los supermercados a unos consumidores tan específicos? Hacer que los más pequeños compren no tiene nada que ver con hacer que sus padres - o cualquier otro adulto - añada un producto a su cesta de la compra. De hecho, según un estudio de la Universidad de Texas A&M, el 75% de las compras espontáneas de comida en las visitas familiares a los supermercados se deben a la petición de un niño. Y, otro dato, de los niños que están rogando a sus madres que les compren el producto que ha despertado sus amores en el lineal, uno de cada dos lo conseguirá.
Las estrategias deben ser diferentes, aunque, eso sí, lo que compre el adulto en esas primeras visitas al supermercado va a acabar marcando también la cesta de la compra del niño cuando sea adulto. Como explica en Así se manipula al consumidor Martin Lindstrom, los niños pequeños no solo son conscientes de las marcas que los rodean sino que además las guardan en su cerebro para toda su vida. Un estudio de una firma estadounidense de análisis de mercado demostró que el 53% de los adultos y el 56% de los adolescentes usan marcas que recuerdan de su infancia.
La fidelidad posterior a esas marcas compradas en la infancia con los padres está muy relacionada con la nostalgia. Parte del encanto de algunas lovemarks está, de hecho, en esa continuidad con el pasado. Este era el detergente que usaban mis padres, lo que genera una avalancha de recuerdos de la época dorada de la infancia, y razonamientos similares. Pero también se trata de mantener cierta continuidad y cierta tradición. Es como si el suavizante o la marca del aceite preferido de la abuela se hubiesen convertido en un nuevo patrimonio familiar. Solo hay que pensar en nuestros hábitos de compra y en las razones por las que no compramos jamás una cosa o por las que compramos otra. Mi abuela decía que el café de mezcla era lo peor que podía haber en el supermercado. La familia ha continuado su legado.
--- Regístrate o accede como usuario para disfrutar del acceso ilimitado a todos nuestros contenidos ---

