Por Redacción - 16 Febrero 2017
Se podría decir que, casi de la misma manera que se fue haciendo popular el iPhone y a medida que todo el mundo estaba hablando de él, se fue haciendo de forma progresiva recurrente el ir viendo, a pie de algunos mensajes, un aviso. Enviado desde mi iPhone, se leía, lo que no solo le decía al receptor que se había enviado desde un terminal móvil sino que también le daba ciertas pistas y ciertos mensaje de forma casi subconsciente. Apple no fue la primera en hacerlo (como no fue la primera tampoco en realidad en crear móviles inteligentes, aunque sí la más ambiciosa y sobre todo la primera que lo enfocó como algo para consumidor final y con muchos más servicios) pero sí la que logró hacerse con el rédito de ese mensaje. El Enviado desde mi iPhone se convirtió en una herramienta más de marketing. Pero, quizás, como en tantas otras cosas, lo mejor sería empezar la historia desde el principio.
Hace ahora diez años, Apple presentaba su iPhone. Los terminales móviles que existían entonces no cumplían con ciertos estándares o, como el mismo Steve Jobs le explicó en su momento a su biógrafo, no eran fáciles de emplear. "Todos andábamos por ahí quejándonos sobre lo mucho que detestábamos nuestros teléfonos. Eran demasiado complicados. Tenían aplicaciones cuyo funcionamiento nadie podía averiguar, incluida la agenda de direcciones. Era extremadamente complejo", apuntaba. Había un nicho de mercado para un producto que fuese mucho más fácil de usar y que resultase más atractivo, así que Apple se puso a trabajar en ello y en un día de enero de 2007, Jobs se subió al escenario para presentar el terminal que lo revolucionaría todo.
El iPhone llegó con su encanto de maravilloso objeto de deseo, siendo capaz de cumplir con las exigencias de los consumidores y yendo un poco más (su encanto alcanzó a incluso aquellos que no usaban entonces teléfonos más o menos inteligentes, como era el caso de los directivos y sus BlackBerrys), pero además logró hacer muy populares otros elementos. Fue el momento en el que "hay una app para todo" y fue el momento en el que apareció la pegadiza coletilla al final de los mails de Enviado desde mi iPhone.
Apple logró que la frase se convirtiese en ubicua, que empezase a tener remedos (de pronto, casi daba igual el servicio que se usase, siempre aparecía lo de "enviado desde...") y que, a pesar de que no todos los consumidores lo amasen, se convirtiese en una suerte de manifiesto. Como apuntaba entonces un periodista y tal y como recogía años después la BBC en un artículo, la coletilla funcionaba como una suerte de alerta a navegantes. "Significaba "estoy usando un teléfono costoso para mandar este email, así que no me juzguen por erratas, falta de puntuación o frases incompletas"", apuntaba.
Por un lado, hacía que los receptores fueran mucho más permisivos con los emisores y sus frases no siempre correctas (al fin y al cabo, lo habían escrito desde el móvil). Un estudio de la época, de hecho, demostraba que la inclusión de esa frase hacía que la mayoría de los receptores fueran mucho más permisivos con los errores en el texto.
Por otra parte, le estaba diciendo al mundo que uno estaba a la última, a la vanguardia. Aquel mail se había escrito desde el teléfono más cool del mundo. Y, de hecho, y como rememoran en un análisis en The Guardian, en un principio lo de Enviado desde mi iPhone se vio de una forma un tanto cuestionable en términos de etiqueta. Es decir, se sentía que transmitía el mensaje de "mira lo mucho que molo" y "mira lo genial que soy", porque tengo un iPhone. Como apuntan, en un primer momento, hasta se veía como "un poco embarazoso" y se buscaba como quitarlo, al menos desde un cierto nicho de la población (posiblemente, de forma paralela al análisis, se podría decir que muchos mostrarían el mensaje con orgullo, como se lleva el logo de una marca conocida en la presilla de un cinturón).
De ahí se pasó a verlo como un elemento mucho más rico y a darle muchos más significados. La evolución de la percepción fue la de que empezó a verse como, además de esa alerta para pedir perdón por errores o mala escritura, una manera de mostrar productividad, el estar siempre conectado y hasta el ser fiable.
Aunque quien salió beneficiada en todos estos procesos y en todas las etapas de este movimiento y evolución fue, sin duda, Apple. Como recuerdan con humor la viñeta de la anterior ilustración, la cuestión fue una idea brillante, una manera de ahorrarse millones de dólares en publicidad echando mano, simplemente, de un elemento que aparecía por defecto. Apple había logrado que sus propios consumidores se convirtiesen en inocentes spameadores de su marca.
Gracias a su firma, Apple no solo consiguió adueñarse de la imagen de marca personal de sus usuarios (que en un primer momento eran early adopters y gente cool que sabe lo que hace en el mundo de la tecnología, lo que hizo que esos valores se aplicasen a su terminal) sino también meter el nombre de su producto en todas las conversaciones. El iPhone era de pronto tan ubicuo como las conversaciones que mantenían sus consumidores y hacía que todos sus receptores se tuviesen que familiarizar con su nombre.