Por Redacción - 12 Febrero 2018
Las marcas y las empresas son unas de las habituales protagonistas de creencias, mitos y leyendas urbanas. Solo hay que buscar un poco online - o escuchar unas cuantas conversaciones con un par de personas - para encontrar alguna historia de lo que ha ocurrido con una empresa o de prácticas que creen recurrentes entre ciertos tipos de negocio. Poco importa que se sepa que todo ello es mentira y por tanto que se intente demostrar la falsedad de estas afirmaciones echando mano de los hechos objetivos. Muchas veces los receptores seguirán insistiendo en que lo que están contando son hechos verdaderos y reales, por mucho que se les pongan los datos sobre la mesa.
¿Qué es lo que hace que nos creamos tantas leyendas urbanas y tantas mentiras?
Se podría hablar de cuestiones culturales y de una suerte de desconfianza instintiva hacia lo corporativo, pero lo cierto es que la realidad es un tanto más compleja. No se trata solo de que podamos asumir ciertos prejuicios sobre las marcas como un elemento que marca previamente nuestras posiciones, sino que además nuestro cerebro no ayuda exactamente.
El funcionamiento de nuestro cerebro hace que no sea tan complicado que ciertos conocimientos y ciertas ideas se queden en nuestra mente como hechos verídicos, como apuntan en FastCompany analizando la neurociencia de las mentiras. Si se pregunta a cualquiera, es probable que crea que nuestros conocimientos se forman escuchando algo, pensando sobre si es verdad o mentira y luego creando nuestra creencia o nuestra opinión sobre ello.
En realidad, y poco importa lo racionales que seamos, el modo de comportamiento del cerebro es diferente. Cuando recibimos información, damos por sentada que esta es real y solo después nos planteamos analizar si lo es o no. La mentira, por tanto, se ha instalado ya en nuestro cerebro y el trabajo estará en hacer que nos olvidemos de ella.
Parte de todo lo que hace que la información entre en nuestra mente está en lo que nuestro cerebro premia. Para nuestra mente, lo importante es la eficiencia y no tanto que la exactitud, por culpa de la propia evolución del ser humano (el cerebro aprendió que era mejor estar seguro que arrepentirse, por lo que premia aquella información que hace que nos formemos una idea de un modo más simple).
Pero hacernos olvidar algo que es mentira o hacer que nuestro cerebro reaprenda cosas no es tan sencillo. Como apunta un experto, "las personas son criaturas crédulas que encuentran muy fácil el creer y muy difícil el dudar".
Esto no implica que sea imposible que la mente humana aprenda que las creencias que asumía como reales no lo eran, pero eso implicará un trabajo a posteriori. Hay que hacer una suerte de examen de la conciencia de las creencias que se tienen y trabajar para recordar las nuevas versiones.
Para las marcas y las empresas, esto requiere al final más trabajo. Al fin y al cabo, el cerebro del consumidor no va a esforzarse por intentar separar el grano de la paja de las creencias que tiene sobre una compañía y sobre sus productos y tendrá que ser la empresa la que haga ese trabajo y quien lo haga, además, de un modo que al cerebro le resulte igualmente atractivo memorizar.