Por Redacción - 5 Junio 2018
Es probable que durante años una de las que se consideraban faltas de etiqueta fuese la del no coger el teléfono. Ciertamente, el interlocutor no iba a saber que no se le estaba cogiendo el teléfono, aunque se estuviese en casa y se dejase que simplemente sonase. Pero, a pesar de ello, se cogía el teléfono y se respondía.
Sin embargo, hablar por teléfono y responder a las llamadas que se está recibiendo ha dejado de ser una situación que hayamos integrado tanto en nuestra vida cotidiana. De entrada, ya no nos llamamos tanto como lo hacíamos en el pasado.
Solo hay que pensar en la cantidad de veces que se ha hablado por teléfono en las últimas semanas. Es probable que sean muy pocas y es posible - especialmente si se es un millennial o un miembro de la Generación Z - que el cómputo se haya quedado en ninguna. Internet ha hecho que llamar por teléfono haya dejado de ser necesario. Siempre se puede enviar un email o siempre - especialmente ahora en la era de los smartphones - se puede sencillamente enviar un mensaje a través de alguna app de mensajería.
Pero la relación con el teléfono también ha cambiado mucho a más niveles. El teléfono ha dejado de parecernos esa especie de elemento casi sagrado al que siempre había que responder. Solo hay que pensar en cómo llevamos muchas veces nuestros móviles en silencio, manteniéndonos al día de lo que ocurre en nuestras apps y controlando de forma recurrente lo que en ellas pasa pero pasando por completo de cualquier potencial llamada que podamos recibir.
Y es que las cosas han cambiado mucho y la relación con las llamadas también lo ha hecho. Como apuntan en un análisis en The Atlantic, no solo hemos dejado de sentir que tenemos que coger el teléfono siempre que suena sino también a dar por hecho que si nos llaman tienen algo importante que decirnos. Si hace unas décadas no coger el teléfono era como no contestar a alguien que llamaba a tu puerta y se veía de mala educación, ahora ha pasado a ser un lugar común. Ya no se coge el teléfono y ya no se siente que hay que hacerlo.
Las formas alternativas de comunicación - todas las que ha traído internet - han canibalizado la parte personal de la comunicación y ha hecho que nuestra relación con los demás ya no se haga por teléfono. Ahora solo nos llaman o bien para cosas serias (como el dentista que te cambia la hora de la cita) o simplemente para vendernos algo.
Lo más probable es que al otro lado de la llamada esté un comercial de Vodafone, de Movistar o de la operadora de turno esperando para intentar convencernos de que nos hagamos con tal oferta. Puede incluso ser de una ONG preguntando por una persona que tienen en su lista de datos y que, cuando les indiques que se han equivocado de número - historia real -, intenten convencerte también a ti de que te hagas socio. El telemarketing se ha hecho tan ubicuo y tan molesto que ha hecho que los consumidores sean cada vez más reticentes a interactuar con su teléfono.
Y lo que hace que esas llamadas sean más molestas y que también nos hayan inmunizado más para no coger es el hecho de que cada vez son más habituales. E incluso cada vez hay más llamadas - y mucho más molestas todavía - de las llamadas robocalls, las llamadas que sueltan un mensaje cuando se coge el teléfono. Solo en Estados Unidos hay ya más de 3.400 millones de estas llamadas al mes. En junio de 2015 estaban por los 1.000 millones. Estas llamadas se sienten como todavía más spam y hacen que la experiencia sea incluso peor. Cogemos mucho menos el teléfono cuando al otro lado esta este tipo de llamadas.
Por todo ello, no resulta sorprendente encontrarse cada vez más a personas que no cogen el teléfono y que lo ignoran. Como me comentaba una consumidora una vez, solo cogía el teléfono de números desconocidos cuando estaba en un proceso de búsqueda de empleo y por tanto podría ser una llamada. Si no, directamente ignoraba toda llamada que no identificaba.