Por Redacción - 6 Noviembre 2019
Es probable que todos nos hayamos encontrado en una situación similar. El escenario puede ser variado. Puede ser una de las cosas que hay para picar en una fiesta, puede ser un capricho que nos dimos para un día o puede ser simplemente lo que te han puesto en un bar con una bebida. Delante tienes unas cuantas patatas fritas y no eres capaz de dejar de comerlas hasta que no has llegado a la última. Es como si hubiese una fuente de atracción incuestionable en las patatas y una a la que no se puede escapar.
Las patatas fritas son uno de los ejemplos más comunes, pero no el único de cómo la comida rápida y los snacks logran capturar nuestra atención y marcar nuestro consumo. Detrás de todo ello hay una mezcla de psicología del consumo, neurociencia y poder de ciertos sentidos, que hacen que todos esos productos nos acaben pareciendo poderosamente atractivos y que no seamos capaces de frenar nuestro consumo. Es algo que deseamos y algo que nos gusta consumir.
Para las patatas fritas, por ejemplo, la clave está en el poder del sentido de la audición. Curiosamente, lo que hace que sean adictivas no es tanto el sabor (¿quién no se ha descubierto comiendo patata tras patata de unas que no están tan buenas pero que no puedes evitar seguir comiendo?) como el sonido que generan. Un estudio lo bautizó como el "sonic chip", es el sonido crujiente que hacen cuando las partimos con los dientes.
Nuestro cerebro asocia ese sonido con algo deseable, porque lo asocia con lo fresco. Cuanto más crujan, más frescas las patatas fritas nos parecerán y de forma más positiva las verá nuestro cerebro. De hecho, eso es también lo que hace que cuando las patatas fritas están pasadas, aunque sigan - gustativamente - estando buenas, no nos apetezca comerlas. Por mucho que estén todavía buenas, están blanditas y ya no crujen como a nuestro cerebro le gustaría.
El principio del crujido funciona con muchísimos otros snacks, que también crujen cuando los masticamos, y con algunas comidas rápidas. Sin embargo, no es solo más que uno de los trucos en los que nuestro cerebro cae y por los que seguimos comiendo este tipo de productos.
Por ejemplo, comemos pizza y nos sabe tan deliciosa porque en la creación de esa idea intervienen múltiples sentidos. Como explican en The Conversation, la pizza es tan popular (el 40% de los estadounidenses la come al menos una vez por semana) porque su receta tiene todos los ingredientes para que nuestro cerebro piense que es deliciosa. De entrada, señalan, el cerebro humano se siente atraído por la comida que es grasosa, dulce, rica y compleja. La pizza lo es. La salsa de tomate es dulce, mientras el queso aporta la parte grasa.
Los ingredientes que suelen posicionarse como parte de la pizza, desde el pepperoni a la carne pasando por el queso, son además ricos en glutamato de forma natural. Es un elemento que activa en nuestro cerebro una reacción de emoción ante lo que seguirá. La pizza no es por tanto solo rica para nuestro cerebro sino que el empezar a comerla activa la emoción y excitación ante seguir comiéndola. El glutamato, explican en el análisis, hace que babeemos de emoción ante lo que nos espera.
Si a eso se suma que el proceso de cocinado carameliza los contenidos y que eso hace que el contenido resulte más delicioso, se puede comprender el efecto final.
Si ampliamos el círculo a la fast food en general, hay más marcadores que explican por qué nuestro cerebro conecta con este tipo de platos. El azúcar, muy presente en los platos de comida rápida (hasta en las hamburguesas de las grandes cadenas: está en los bollos o en el ketchup), es una sustancia adictiva. Como recuerdan algunos estudios, el azúcar puede generar una dependencia tan elevada como la cocaína y dejarlo (como hicieron las ratas de un estudio) puede generar síndrome de abstinencia.
Estas son las piezas del puzle que llegan casi de forma inherente con la comida, pero las marcas y las empresas tienen una estrategia muy definida que ayuda a posicionarlas mucho mejor.
Las compañías de comida rápida usan como elementos clave de su negocio elementos que hacen que nos sintamos mejor. Son cómodas de usar y fáciles de encontrar, muy accesibles (lo que hace que se libere dopamina cuando compramos) y tiene precios bajos (lo que hace que nuestro cerebro sienta que estamos haciendo una gran compra: a nivel subconsciente lo está percibiendo como una genial decisión económica). A eso hay que sumar que el proceso de comprar y consumir es muy rápido, algo que el cerebro humano también recibe de buena manera.
No son los únicos elementos clave. Las grandes marcas de comida rápida, snacks, refrescos y similares han logrado convertirse en marcas muy reconocidas y muy asentadas en el cerebro de los consumidores, tanto que han logrado ya establecerse sólidamente en la memoria de los consumidores y que sus cerebros tengan claro que están asociadas a toda una recompensa.