Por Redacción - 10 Febrero 2020
No pocos consumidores tienen una taza favorita o un plato en el que la comida les sienta mejor. Mi madre hace, todas las Navidades, la comida de las fiestas en una tartera concreta y específica. Es una cuestión de tamaño, ya que es mucho más grande y así tiene servicio para todos los comensales, pero también porque siente que la comida que cocina ahí "sabe mejor".
Quizás es una cuestión del material y de cómo reparte el calor. Quizás es simplemente una percepción subjetiva marcada por cómo el cerebro lee las señales que le manda su entorno. Porque el sabor y la relación que establecemos con la comida y nuestra percepción de ella está muy marcada por el modo en el que conectamos con ella. Básicamente, lo que la neurociencia ha demostrado es que nuestra percepción del sabor - y de forma por tanto indirecta nuestro consumo de esos productos - se ve muy afectada por cómo recibimos esos productos.
Las pruebas son claras. Una mousse de fresa sabe un 10% más dulce a los consumidores cuando la toman en un recipiente blanco frente a uno negro. El café también cambia. El sabor percibido es dos veces más intenso en una taza blanca que en una transparente. Y los consumidores se sienten más llenos después de comerse un yogur si el envase es más pesado.
Esas son algunas de las conclusiones que han logrado estudios de neurociencia sobre la comida y nuestra relación con ella.
A estos datos se suman los que ha alcanzado el estudio de la investigadora Adriana Madzharov, del Stevens Institute of Technology, y que acaban de ser presentados. En general, su estudio estableció un vínculo entre cómo son las personas y cómo perciben los sabores.
Aquellas personas que tienen mucho autocontrol sienten que las cosas saben mejor, son más satisfactorias y comen más cuando pueden tocar directamente con sus manos la comida en lugar de hacerlo con un utensilio. Es decir, en una prueba en un supermercado de productos, las cosas les parecerán mejores si pueden coger el trocito de comida con las manos y no con un palillo y un tenedor.
La investigadora realizó dos experimentos con grupos de consumidores y diferentes tipos de comida para llegar a esta conclusión. El poder tocar las cosas hace que sea una experiencia más sensorial y que, por tanto, tenga un efecto distinto.
Más allá de la curiosidad que supone saber que la percepción de sabor cambia según lo que se haga o en base al contexto, estas conclusiones tienen efectos también en cómo se comercializan las cosas y en cómo se conecta con los consumidores.
Los supermercados deberían tener en cuenta estos detalles cuando intentan captar nuevos clientes, como también deberían hacerlo las marcas de distribución. Y, por supuesto, esto también debería impactar en la estrategia de todas aquellas compañías relacionadas con la alimentación, como puede ser el caso de los restaurantes.
Estos datos se suman además a otros que la neurociencia ha señalado sobre la percepción del sabor y la calidad y que deberían, por apuntar en otra dirección, marcar cómo se diseña el packaging de los productos y cómo se espera conectar con los consumidores. La sensación de peso o el impacto que tiene el envase al tacto (la información que recibimos cuando lo tocamos) modifica también la percepción del producto en sí. Por ello, el envase debe ser tenido en cuenta como parte de la experiencia y no solo como un elemento estético o utilitario.