Por Redacción - 8 Abril 2019
Es probable que hiciese años, posiblemente ya hasta una década, desde que una colección de prensa hizo que quisiese comprar el periódico. Una colección de biografías de El País y una biografiada sobre la que no es habitual encontrar esos textos fue el elemento que hizo que un domingo por la mañana estuviese buscando un quiosco abierto.
El primer quiosco visitado, el quiosco conocido dentro del barrio, había agotado sus números del periódico en cuestión (habría que señalar que, en lo que los responsables de esos periódicos de Madrid posiblemente llamen provincias la cantidad de ejemplares de sus títulos en los quioscos es limitada, frente a las grandes cantidades de números de la prensa local), así que no quedaba más remedio que encontrar otro.
El segundo quiosco, unas calles más allá, estaba cerrado, lo que hizo necesario preguntarse dónde había otro quiosco en la zona y descubrir que no se tenía ni idea. Google Maps no ayudaba. A pesar de estar en el centro de una ciudad con unos 300.000 habitantes, el mapa no ofrecía una avalancha de puntos y algunos estaban, una vez que se miraba bien, posiblemente mal clasificados.
¿Iba a ser imposible comprar un periódico concreto a última hora de la mañana en una ciudad de población media (por la tarde, por cierto, los quioscos cierran)? ¿Era esa una muestra de que el quiosco de prensa estaba claramente en peligro de extinción?
Los datos de la presencia de los quioscos en las ciudades han ido apuntando a una situación cada vez más complicada. Solo en enero de 2018, cerraban en Madrid (ciudad) cinco quioscos de prensa. En 2017, el cómputo final era de 200 quioscos de prensa cerrados y una sensación entre los quiosqueros de la ciudad de que si sobrevivían no era ya por la prensa sino por las cosas paralelas que vendían, como postales para turistas o agua. En una década, la cantidad de periódicos diarios que venían se había dividido entre 10.
Otras cifras dejaban ver la magnitud del cambio. Los 707 quioscos asociados a la Asociación de Vendedores de Prensa Profesionales de Madrid del año 2000 se habían convertido en octubre de 2018 en 400.
En Barcelona, la situación es similar. Algunas estimaciones hablan de que en una década ha echado el cierre el 35% de los quioscos de la localidad. "No vemos buenas perspectivas", admitía hace un par de años Cristina Anés, presidenta de la Asociación Profesional de Vendedores de Prensa de Barcelona y Provincia (APVPBP), a la prensa local. "Antes un domingo vendía entre ochocientos y mil ejemplares de La Vanguardia. Ahora se venden veinticinco", explicaba un quiosquero. Los cambios demográficos y la nueva manera de acceder a las noticias lastraba su negocio, al tiempo que la crisis del papel hacía que las cosas fueran para ellos mucho más complicadas.
La crisis de los quioscos está, de hecho, muy vinculada con la crisis de la prensa de papel. Es una de sus muestras más visibles y uno de los elementos que dejan comprender de forma más tangible cómo la prensa de papel ha perdido tirón y alcance en los últimos años. Si a eso se suman problemas estructurales ya clásicos del sector, como el poder de los distribuidores (que hacen que poder acceder a la prensa sea muy complicado y que limita sus márgenes de beneficios), se tiene una visión mucho más amplia de lo que falla y de los problemas del mercado.
Si a eso se suma que los propios periódicos, en su carrera por encontrar una vía de supervivencia, se ha posicionado en ocasiones como competidores de los kioskos se ve la situación de un modo más completo. Hace no mucho tiempo, El País lanzó pruebas para vender a través de Amazon. En el libro del coleccionable que distribuía este fin de semana se incluía un folleto explicando que también se podía comprar el libro online. Pasar por el quiosco no era, en realidad, necesario.
Los quioscos siguen necesitando a la prensa de papel y su distribución, pero son víctimas colaterales de sus decisiones y de los problemas que los propios periódicos tienen. Que la prensa de papel sea cada vez más cara, tenga menos hojas y cubra noticias que ya están gastadas por la cobertura que han hecho online (de hecho, lo habitual empieza a ser ya que el contenido se publique primero online y luego en papel), hace que el periódico sea cada vez menos atractivo.
Los problemas que la prensa de papel tiene que mejorar son bastantes, pero los quiosqueros poco pueden hacer ante ellos. Simplemente, ven lo que esos problemas causan.