Por Redacción - 29 Junio 2020
La primera vez que escuche hablar sobre las teorías de la conspiración del 5G fue hace meses, cuando la historia no había llegado todavía a los medios generalistas y cuando no se había convertido en un tema recurrente en las redes sociales. Era todavía una historia de nicho, pero una que había llegado ya a los medios especializados en tecnología y telecomunicaciones. Una amiga periodista especializada en temas de teleco fue la que me lo contó: en Reino Unido estaban empezando a quemar antenas de telefonía por una historia alocada sobre cómo el 5G propagaba el coronavirus. Mi amiga no daba crédito.
En una de las primeras salidas del desconfinamiento me encontré, pegado en medio de una calle comercial de una ciudad mediana en España, un cartel que alertaba de los peligros del 5G. La semana pasada, ya me crucé con carteles anti 5G en varias ventanas.
Los científicos han explicado ya que las teorías conspiranoicas sobre el 5G no tienen ninguna base real y que la tecnología no propaga el virus. A pesar de ello, las teorías se han expandido por la red de un modo brutal, llegando a altavoces muy populares. En las últimas semanas, desde famosos como Miguel Bosé a asociaciones como Ecologistas en Acción han publicado tuits en contra del 5G.
El 5G ha pasado de tener una cobertura mediática vinculada a la innovación y el futuro, estrella de eventos como el MWC y protagonista de noticias feel good como conciertos en los que los integrantes del grupo estaban en lugares diferentes (pero sonaban al mismo tiempo gracias a la rapidez del internet móvil de última generación), a ser el epicentro de historias sobre paranoias y miedos y a que los consumidores lo empiecen a ver con cierto resquemor (a pesar de que todas estas historias no tienen base científica).
Las primeras teorías sobre el 5G y el coronavirus aparecieron en un blog conspiranoico francés ya en enero. Ahí es donde un análisis de Recode, que ha trazado la vida de la teoría, lo sitúa. A pesar de este principio, el elemento que le dio tirón fue una entrevista en un medio local belga con un médico que insinuó una conexión. La entrevista fue retirada después del medio, pero las declaraciones estaban hechas.
De ahí saltaron a las redes sociales vía una traducción en inglés (y que fuese un médico quien lo decía daba una cierta sensación de fiabilidad) y, gracias al apoyo de figuras populares que amplificaron la historia, se hicieron virales. Las primeras torres de telefonía británicas fueron quemadas en el principio de la pandemia.
El vínculo establecido por estas teorías es, como explican en Recode, un reciclaje de las teorías previas sobre el 5G (al que ya se intentaba acusar de ser malo antes, aunque sin tanto tirón) y esas a su vez un reciclaje de las teorías conspiranoicas que protagonizaron el 3G o el WiFi antes. El miedo al coronavirus, una pandemia global como hacía ya un siglo que no vivíamos, simplemente hizo que el mensaje fuese más visible y que tuviese mucho más tirón en redes sociales. Poco importa que lo que se hubiesen quemado no fuesen torres 5G o que el virus se haya expandido en países con una cobertura mínima o nula de esa cobertura.
Según investigadores de la Universidad de Northumbria, que haya personas que se crean estas teorías está muy relacionado con la violencia. Los investigadores han encontrado vínculos entre un estado de enfado y el que sea más probable que se crean las teorías sobre el 5G y también que esas personas ven más aceptable la violencia vinculada.
Como apuntan varios expertos universitarios en un análisis conjunto en The Conversation, ciertos elementos han funcionado en conjunto para que la gente se crea y comparta esta teoría. Ha sido gracias a un cóctel de desinformación, tanto sobre el 5G como sobre el coronavirus, que ha convivido con un reciclaje de las viejas técnicas de crear contenidos conspiranoicos y el efecto amplificador de las redes sociales.
Para los responsables de marketing y comunicación de las empresas, ver cómo nació la teoría y cómo se expandió es interesante, pero lo que deben sacar en conclusión de esta historia es cómo las fake news, los bulos y la desinformación no solo afectan a la comunicación política. También les afectan a ellos.
Sus productos y servicios y su mercado se pueden ver sacudidos por este tipo de contenidos y por su impacto, creando un problema de reputación - como le ha ocurrido a la tecnología 5G - y deshaciendo todo el trabajo hecho hasta entonces. Pocos recordarán ahora las experiencias inmersivas en festivales de acciones 5G de hace un año o que se hicieron operaciones tele asistidas gracias a la tecnología. Las conspiraciones de estos últimos meses lo han sepultado en la parte no revisitada de las hemerotecas.