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Lo que Amélie contaba sobre los millennials antes de que nadie pensase en ellos

Una historia que se puede ver en clave como una lección magistral sobre cómo son los millennials
Periodista especializada en marketing, tecnología y cultura. Como escritora, autora...

Cuando se estrenó en 2001, Amélie, la película de Jean Pierre Jeunet, se convirtió en un hit. Posiblemente sea la película francesa con una mayor influencia en la cultura popular global de los últimos 20 o incluso 30 años. La actriz protagonista se convirtió en una super estrella, Jeunet en un autor de culto, la propia película se convirtió en un filme de culto, París vivió un aluvión de visitantes que querían tirar piedrecitas en los canales (hasta entonces muy lejos de las rutas turísticas de la ciudad) y el mundo se llenó de chicas que querían ser como Amélie Poulain, el personaje protagonista.

Posiblemente las Alianzas Francesas del mundo vieron como aumentaban los estudiantes que querían aprender francés alentados por el aire poético de la película. Y sin duda desde entonces han aparecido posiblemente cientos de historias como la de Amélie Poulain en libros, series y películas y hemos escuchado cientos de canciones que suenan como la popular banda sonora del filme.

Pero lo cierto es que Amélie no solo fue una película que marcó un antes y un después por todo lo relacionado sino que es también una historia que se puede ver en clave, como una lección magistral sobre cómo son los millennials. Claro que cuando se estrenó la historia, los millennials no eran una cuestión mainstream como son ahora y los analistas y las empresas de medio mundo no estaban desesperados por entenderlos. Como están ahora.

El argumento de Amélie es bastante sencillo... aunque extraño. Una joven camarera de Montmartre, cuya madre murió en su infancia cuando salía de la catedral de Notre Dame tras ser impactada por una suicida y cuyo padre la sobreprotegió durante la infancia por la errónea creencia de que era una niña enfermiza, encuentra una caja de tesoros infantiles en el zócalo de su habitación y decide devolvérsela a su dueño original. Sorprendida por el efecto que la caja tiene en su dueño, Amélie decide hacer el bien por el resto de las personas y empieza a intervenir en la vida de los demás. Y mientras, claro, conoce al amor de su vida, un joven que trabaja en un sex shop y que hace una colección de fotos olvidadas en fotomatones.

La historia fue un gran triunfo y mostró a unos personajes que eran un tanto extraños? o quizás no tanto. Quizás eran millennials antes de tiempo.

Precariedad laboral

Los diferentes personajes de Amélie comparten una condición que se ha convertido en un elemento básico cuando se habla de los millennials. Todos son trabajadores precarios de una manera o de otra. Los protagonistas son el mejor ejemplo. Amélie Poulain es la camera de un bar parisino, que, por muy caros que sean los cafés en París, no es el trabajo que garantiza una mayor estabilidad laboral. Nino Quincampoix, su enamorado, tiene que tener dos trabajos (trabaja en el túnel del terror y en un sex shop). Pero los secundarios no mejoran: por haber hay hasta un escritor fracasado que no consigue que nadie lea su novela (lo que es, como las series de televisión enseñan, una de las profesiones millennial por excelencia).

Relaciones en el trabajo

Uno de los elementos que a las empresas les cuesta más entender de cómo son los millennials son sus aspiraciones en el mundo laboral. Los miembros de la Generación Y no quieren lo mismo que sus padres, que buscaban trabajos estables y se comprometían de por vida con las empresas en las que trabajaban, ni tampoco están dispuestos a asumir las dinámicas de relaciones en el trabajo que imperaban durante las últimas décadas. No hay nada menos atractivo para un millennial que un jefe tirano o que una estructura inflexible y poco adaptable a las necesidades de cada quien.

¿Y qué ocurre con los empleos en Amélie? Lo que se ve es cierta visión positiva de todo aquello que permite ser diferente y único y un elevado rechazo por los trabajos y las estructuras profesionales de siempre, que representa el tirano (y malvado) vendedor de legumbres. El vendedor es el clásico jefe de siempre, que trata de forma abusiva a sus empleados y tiraniza y ridiculiza a Lucien, su sufrido asistente. El vendedor es el único que sale realmente mal parado de los planes de Amélie, ya que es al único contra el que realiza una acción de venganza.

Elevado interés por la comunidad

El subtítulo de la película, al menos en su edición original, era "ella va a cambiar tu vida", lo que apuntaba a lo que la protagonista de la historia estaba decidida a hacer. Amélie había descubierto que podía mejorar la vida de los demás y se lanzó directamente a ello. Todo lo que hace durante el filme es por los otros y por su felicidad. Y no hay nada más millennial que eso.

De hecho, los millennials están muy preocupados por los efectos que las cosas tienen en lo común y están muy volcados en la consecución de cosas de forma colectiva. Son ellos los que han impulsado la economía colaborativa y los que han hecho que el crowdfunding sea una vía más que eficiente para crear ideas, negocios y productos. Son también los que han convertido lo orgánico en tendencia y los que esperan que los supermercados apunten a los productores de proximidad.

Los millennials lo esperan de ellos mismos, de los demás y de las empresas. Un estudio de Iniciative señalaba que lo que más valoran los miembros de la Generación Y de las marcas es que estas hagan cosas buenas. Para llegar a su corazón de consumidores, las marcas tienen que ser un poco Amélie Poulain.

Importancia de las cosas intangibles sobre lo tangible

los hagan felices. No es que Amélie fuese la causante de esa plaga que invade el mundo de cupcakes rosas, mensajes inspiracionales y tazas feel good. Simplemente fue la primera en entender qué quería el mercado.

Cierta condición de soñadores

La protagonista y los diferentes personajes son, en el fondo, unos soñadores que viven en un mundo no muy realista (si alguien ve los precios de los alquileres de París podría asumir claramente que Amélie Poulain no podría permitirse el piso en el que vive, por muy retro que parezca su estado) en el que las fotos hablan y dan consejos sobre la vida amorosa y las lámparas y los cuadros se preocupan por el destino de su propietario. Y un gnomo de jardín que sale a recorrer el mundo y manda postales desde diferentes ciudades es el elemento clave para explicar el cambio de vida (y la conquista de la felicidad) de uno de los personajes.

Y todo esto ocurre en una película para adultos. La película es un canto a los soñadores. Y soñadores son, en parte, los millennials. La generación que valora lo intangible, la felicidad y las sensaciones y emociones que han ligado (e idealizado) a los productos del pasado no puede dejar de valorar todo ese mensaje.

El triunfo de la película

¿Quiénes eran todas esas chicas que quisieron ser Amélie y que en realidad siguen queriendo ser Amélie? Demográficamente no eran más que las millennials y esta fue una de las primeras muestras de comunicación que supo hablarles en su lenguaje.

Desde un punto de vista del mensaje y de la recepción, el triunfo de Amélie Poulain (y su consecuente adopción como elemento clave e icónico a emplear por medio mundo para transmitir mensajes) no fue más que una muestra de que los tiempos estaban cambiando, que estaban apareciendo unos nuevos consumidores y sobre todo que estos buscaban cosas completamente diferentes. Lo que Amélie ofrecía no era más que un cuento de hadas para adultos, con unos valores casi naif y un uso de los colores que creaba una atmósfera concreta (y ahora millones de veces repetida en todas partes) que llegaba a unos nuevos consumidores con unos nuevos intereses y que estaban más que abiertos a todo lo ellos eran. Amélie explicó cómo eran los millennials antes de que nadie se preguntase en serio qué buscaban.

Periodista especializada en marketing, tecnología y cultura. Como escritora, autora...
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