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Sharing economy: cómo la economía colaborativa está cambiando el consumo

Por Redacción - 22 Julio 2015

En los últimos tiempos, los consumidores han recuperado comportamientos del pasado pero ajustados a los nuevos toques de los tiempos modernos. Elementos que funcionaban siglos y décadas atrás, como el trueque o el compartir gastos y decisiones de compra, se han recuperado, adecuados a los nuevos tiempos gracias a apps y plataformas sociales y rebrandeados con una nueva identidad.

Ahora se llama consumo colaborativo y la economía colaborativa, la sharing economy, se ha convertido no solo en una tendencia que está marcado cómo consumen los modernos (y los millennials) sino en un movimiento mucho más amplio que está empezando a modificar cómo consume todo el mundo. Firmas como Aibnb, Lyft, Uber o Fon se han convertido en habituales en los artículos que analizan cómo el consumo colaborativo está cambiando el consumo.

Los consumidores han visto en estas opciones una manera de ajustar sus pautas de consumo a las nuevas realidades y además han encontrado en ellas una alternativa que se ajusta mucho más a lo que esperan de las marcas que lo que las empresas tradicionales les están muchas veces ofreciendo. "Con la crisis, tanto la económica como la de confianza en las grandes instituciones y empresas, la gente ha empezado a buscar maneras diferentes de cubrir sus necesidades diarias", explicaba, al hilo de la presentación de Vivir mejor con menos (un libro sobre la economía colaborativa) su autor, Albert Cañigueral, destacando que "la cultura digital, la conectividad permanente y la crisis" se habían convertido en tres motores de cambio que han modificado nuestro consumo.

Como apuntaban ya hace unos años en un análisis en The Economist (en el que se lanzaban a explicar por qué alquilar una habitación a través de Airbnb no era exactamente lo mismo que hacerlo en un tradicional bed&breakfast británico), internet ha hecho que los costes de transacción y el hacer que los bienes sean localizables y accesibles sea más fácil y barato que nunca, lo que ha permitido ampliar el alcance de estos servicios. Entonces (2013), el valor del mercado colaborativo turístico (de alojamientos) era ya de unos 26.000 millones en todo el mundo. Ahora es de esperar que sea muchísimo más dinero.

El abanico de lo que hoy se puede conseguir gracias a la economía colaborativa y de lo que se puede pagar por ello es de lo más variado. Siempre se suelen destacar los castillos y palacios que se pueden alquilar en plataformas como Airbnb o Windu pero lo cierto es que las posibilidades son mucho más variadas (y variopintas). Como apuntan en el estudio que PwC le acaba de dedicar al tema, puedes hacerte desde con un vestido por 4 dólares al día hasta una furgoneta por 30 pasando por una tabla de surf por 7 dólares diarios.

Los datos de Airbnb

Airbnb suele realizar estudios sobre cómo los servicios que ofrece la plataforma impactan en la economía local. El último de los estudios realizados, presentado no hace ni un mes, analizaba cómo los servicios de Airbnb habían impactado en la economía de Madrid. Según sus estimaciones (un estudio coordinado por un profesor de la Facultad de Ciencias de Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid), solo los alojamientos que ofrecen en esa ciudad tuvieron un impacto económico máximo estimado de 320 millones de euros en 2014 y sirvieron para facilitar la creación de 5.130 puestos de trabajo (la plataforma mide el impacto que el gasto de sus viajeros tiene en la economía del lugar).

Además de tener un impacto en la economía cuantificable en euros, este tipo de herramientas también tienen un impacto a la hora de diversificar la inversión turística. Los alojamientos están por toda la ciudad, principalmente fuera de los principales distritos donde se encuentran ubicados los hoteles, lo que tiene un impacto a la hora de sacar de los lugares de siempre el gasto turístico. El quien ofrece estos servicios y el por qué también cambia. Los responsables de los alojamientos suelen ser ciudadanos que los emplean como una manera de redondear sus ingresos (habitualmente se alquila una habitación en casa) y quienes se suelen alojar en ellos suelen ser consumidores que buscan no solo un precio mejor sino también una experiencia diferente.

En el caso de Airbnb, la plataforma está empleando espacios curiosos (ha ofrecido desde la posibilidad de dormir en tiendas, como un Ikea, hasta en lugares curiosos, como un teleférico) y eventos con mucho tirón (serán proveedores de alojamientos para los Juegos Olímpicos de Río y lo fueron en el último Mobile World Congress) como un reclamo para llamar la atención de más consumidores y para posicionarse como una alternativa fiable a las ofertas de siempre.

Y, además, están haciendo de los nuevos puntos de interés que los consumidores valoran uno de los elementos que destacan como valor de marca. Según un estudio de Cleantech Group (que por supuesto llegó a los medios a través de una nota de prensa de Airbnb), este sistema de alojamientos permite consumir un 78% menos de energía y hace que puedan decir que esta es una forma de viajar más respetuosa con el medio ambiente.

Por qué consumir así

Según el estudio de PwC, la economía colaborativa está floreciendo gracias a tres elementos. Por un lado está la confianza, que cada vez es mayor en este tipo de servicios y herramientas. Por otra parte está la comodidad, ya que los sistemas de economía colaborativa permiten encontrar lo que se necesita y de forma fácil. Y finalmente está el sentido de comunidad, que es algo que los elementos de consumo tradicionales no permiten conseguir. Los consumidores no solo están consumiendo lo que quieren sino que además se está integrando en un grupo, están formando parte de algo más. No se trata por tanto de únicamente consumir.

Además, recuerdan en las conclusiones, los consumidores están cada vez más abiertos a probar aplicaciones móviles, lo que hace que las barreras de entrada para estos servicios sean cada vez menores.

A esto se suma el tirón que este tipo de productos tiene entre los millennials (que son el grupo de edad que más se siente seducido por este tipo de servicios) y también la demostración que estos servicios hacen de cómo las ideas sobre la propiedad están cambiando. Como apuntan en el estudio de PwC, estos consumidores están modificando lo que se entendía hasta ahora por propiedad. Un 57% de los mismos considera que el acceso a los servicios o los productos es la nueva propiedad y un 81% concede que compartir es mucho más barato que poseer de forma individualizada.

Y todo esto tiene también un impacto en los demás elementos de consumo. Las marcas se van a ver arrastradas a un terreno en el que lo compartido será cada vez más poderoso y más determinante y tendrán que entender que los valores que marcan las decisiones de consumo son distintos. Ahora habrá que crear lazos y conexiones emocionales y tener siempre claro que la economía se está basando cada vez más en la confianza.

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