Por Redacción - 22 Mayo 2017
Muchos son los cambios que internet ha traído al mercado y que han modificado cómo las empresas tienen que operar y trabajar. La red ha hecho que la comunicación cambie, que el modo de acceder a la información también lo haga o que la estrategia de marketing de las empresas se vea a obligada a tener en cuenta muchos más elementos de los que antes tenía en cuenta. Y, por supuesto, la red también ha cambiado por completo el consumo.
De entada, internet propició una modificación entre lo que triunfaba y lo que no. Antes de su existencia, el éxito o el fracaso de una cosa estaba muy ligada al hecho de que pudiese llegar a grandes masas de consumidores y seducirlos. Un producto no se podía considerar un éxito si no vendía masivas cantidades y si no llegaba a muchos consumidores. Los sistemas de producción funcionaban de ese modo. Sin embargo, internet hizo irrumpir el concepto de la economía de la larga cola, esa idea de que, se haga lo que se haga, en algún lugar habrá alguien esperando para comprar eso. Uno de los mejores ejemplos para comprender cómo funciona esta idea está en los libros. Antes de internet, solo los géneros con audiencias masivas eran fáciles de encontrar. Ahora cualquiera puede leer casi cualquier cosa gracias a la distribución en formato electrónico e, incluso, gracias a la distribución vía papel, ya que ha aparecido el modelo de la impresión bajo demanda.
Pero este fue solo el cambio de entrada en el consumo. Internet impuso muchísimos más. Convirtió al ecommerce en una de las grandes modas y en uno de los elementos de más peso en la economía del siglo XXI, haciendo que los consumidores comiencen a comprar prácticamente todo online. Si primero solo nos atrevíamos a comprar billetes de transporte o entradas a espectáculos a través de la red, ahora lo compramos prácticamente todo, desde libros hasta el mueble estudio que necesitamos hasta comida a domicilio.
Y, finalmente, internet ha desestructurado el consumo y las relaciones entre quien ofrece y quien sirve, gracias al boom de la economía colaborativa, o sharing economy como se la conoce en inglés. La cuestión, que apareció hace unos años como una de las grandes novedades del mercado y como algo innovador que hacían unos pocos, se ha convertido en una fuerza abrumadora de mercado con consecuencias que van mucho más allá de la red. De hecho, no hay más que pensar en el efecto que Airbnb está teniendo ya sobre el centro de las grandes ciudades y el rechazo que está empezando a despertar entre algunos de sus habitantes, desde las manifestaciones en Barcelona o las pintadas en Lisboa, para verlo.
La economía colaborativa nació al abrigo de un contexto concreto, el de la crisis económica. "Con la crisis, tanto la económica como la de confianza en las grandes instituciones y empresas, la gente ha empezado a buscar maneras diferentes de cubrir sus necesidades diarias", explicaba un experto sobre la cuestión. La red ha hecho que además sea mucho más fácil, más barato y más sencillo acceder a esos bienes. Los propios consumidores (en teoría, en la práctica se ha convertido en un negocio más paralelo) ofrecen sus servicios y sus productos para cubrir las necesidades del día a día, ya sea un viaje en coche a un lugar o una habitación para pasar las vacaciones. A eso se suma que la filosofía detrás de todo esto es diferente a la del consumo tradicional: de entrada, lo que se está comprando es muchas veces la experiencia. La filosofía de Airbnb y sus competidores es la de permitir "vivir como un local".
Pero, por supuesto, este cambio no está únicamente ligado a la irrupción de internet en el consumo, sino también a la del cambio generacional. Quienes usan Uber, Airbnb, BlaBlaCar o las diferentes plataformas de crowsourcing son, sobre todo, consumidores jóvenes. Los millennials han puesto de moda estas herramientas y los millennials son, al final, quienes las emplean. ¿Por qué? Si se pregunta a un millennial que acabe de viajar a algún lugar y se haya quedado en uno de esos apartamentos que se pueden alquilar online, vía plataforma de la sharing economy, seguro que hablará de libertad, de ciertos servicios a los que no accede de otra manera y de experiencias.
Los millennials son quienes más participan en estos servicios y quienes son sus principales consumidores, como demuestra un estudio que acaba de realizar Maru/Matchbox (sobre una muestra estadounidense). Con respecto a los millennials, es tres veces más probable que ellos empleen los servicios de economía colaborativa para lo que sea (desde alquilar espacios a contratar servicios profesionales) que los consumidores de más edad. Así, un 50% de los encuestados entre 18 y 34 años compró bienes, un 32% empleó servicios de coche, otro 32% se hizo con productos artesanos y un 30% alquiló hospedaje en sites con esta filosofía, frente al 36, 12, 11 y 11% respectivos de los consumidores de más de 35 años.
Para estos consumidores, estos servicios se ven de un modo mucho más natural, por lo que tienen menos reticencias a la hora de lanzarse a emplearlos. Para ellos son simplemente una oportunidad más de adquirir lo que quieren.
Como señalaba un estudio de PwC, para los millennials ha cambiado la base de lo que se considera tener algo o ser propietario de algo, lo que implica que igualmente modifiquen como acceden a los bienes de consumo. Para el 57% de los millennials el acceso a los servicios o los productos es la nueva propiedad (lo que explica por ejemplo el éxito de servicios como Spotify) y para el 81% compartir es la manera lógica de que algo sea más barato, frente a la posesión individual.