
¿Y si aplicáramos también la Inteligencia Circular?
A punto de terminar el Bachillerato, Laura estaba ya adquiriendo un cierto espíritu crítico que aplicaba sobre todo en el aula. Era una alumna atenta, de modo que no le había pasado desapercibido el comentario de un profesor: "Aunque no os guste, lo que hoy estáis aprendiendo aquí dentro de poco seguramente ya no será demasiado útil; todo cambia muy rápido, así que preparaos para reciclaros de forma permanente y sobre la marcha."
En realidad, al comentario de aquel profesor no le faltaba razón. Aunque algo exagerada, su valoración sobre la obsolescencia de los conocimientos que hoy se transmiten en el aula parece venir refrendada por los hechos, bien sea porque adaptamos a nuestra medida incluso el pensamiento más sólido hasta desvirtuar su origen, bien porque las nuevas tecnologías suplen bastantes labores intelectuales que hasta hace poco nos exigían aprendizaje, dedicación y esfuerzo. Pensemos, para ilustrar lo primero, cómo moldeamos conceptos como autoridad, educación o democracia. Y recordemos, para entender lo segundo, que en apenas 10 años (de 1996 a 2006) un ordenador con potencia de 1,8 teraflops (1,8 billones de cálculos por segundo) pasó de costar 55 millones de dólares a 500, de consumir la energía de 800 hogares a la de una bombilla, de ocupar una pista de tenis a apenas 30 cms. ; el primero se llamaba Asci Red y el segundo Play Station 3.
La poca vida útil que hoy parecen tener ciertos conocimientos guarda similitud con la predicción de Moore en relación a los microprocesadores, de modo que la progresión de la cantidad de información a conocer y retener es también exponencial. Nuestro cerebro (en encéfalo al que pertenece, para ser más precisos) sigue pesando alrededor de kilo y medio y consumiendo un 20% del total de la energía del cuerpo desde que adquirimos rasgos homínidos, pero las exigencias de procesamiento a las que ahora le sometemos son infinitamente mayores. No obstante, un rasgo de la inteligencia humana es su capacidad para filtrar y discernir la información que nos interesa de entre la ingente cantidad de datos que nos llegan. Con el mismo motor, ahora sabemos conducir mucho mejor para sacarle más partido.
Pero me temo, sin embargo, que tras este gran supermercado de datos e información listos para consumir se producen demasiados residuos, y no solo por su caducidad sino por un derroche desaforado e irresponsable. Quién sabe si, visto así el asunto, del campo de la economía podemos extraer algún brote de sentido común?
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