Por Redacción - 23 Febrero 2021

Me decía una consumidora de edad de esa que la pone en la frontera entre ser una millennial de las más jóvenes o una Z de las más viejas que si algo estaba estos días era muy aburrida. La comunidad en la que vive tiene unas de las restricciones más duras del país, con hasta no hace muchos comercios cerrados a partir de media tarde, hostelería completamente cerrada y reuniones limitadas a convivientes.

No ve a nadie y casi no trabaja por culpa de las limitaciones vinculadas a la crisis. Está viendo más series en las plataformas de streaming que nunca, pero hasta en eso todo tiene un límite de cuánto estás dispuesta a hacer. En general, se está aburriendo.

Hablar de aburrimiento en medio de una pandemia global en la que se han muerto ya miles de personas en todo el mundo puede sonar a frivolidad, pero lo cierto es que obviar cualquier efecto más allá del directo del coronavirus es demasiado reduccionista.

La crisis del coronavirus tiene muchos daños colaterales y muchos efectos que tocan a muchos y muy diversos grupos de población. Los más jóvenes sienten que están perdiendo un año, los más mayores que están dejando de vivir los que podrían ser sus últimos años y, en general, la población empieza a dar muestras de agotamiento y de efectos directos sobre la salud mental.

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