
Por Redacción - 14 Abril 2025
La séptima temporada de Black Mirror recien estrena consta de seis episodios independientes, como es tradición en la serie. Esta temporada ha generado diversas reacciones, con algunos críticos y espectadores elogiando su regreso a las raíces de la ciencia ficción con un enfoque en las consecuencias de la tecnología, mientras que otros la han encontrado menos impactante o con ideas ya exploradas.
En su primer episodio, "Gente Corriente" (en inglés, "Common People") “Una pareja cualquiera” en español, la publicidad hace su aparición en su forma más invasiva e intrusiva.
En este episodio la publicidad y los anuncios publicitarios intrusivos no solo están presentes, sino que adquieren un papel central dentro del relato, marcando profundamente el conflicto que atraviesan sus protagonistas. La historia, protagonizada por Rashida Jones y Chris O’Dowd, sigue a Amanda, una maestra diagnosticada con un tumor cerebral, y a su esposo Mike, quien desesperadamente recurre a una empresa de neurociencia llamada Rivermind. Esta compañía ofrece una solución experimental: reemplazar la parte afectada del cerebro con material sintético. Lo que al principio parece un milagro tecnológico termina siendo la puerta de entrada a una distopía profundamente inquietante, donde la publicidad se infiltra, literalmente, en la mente humana.
La intervención de Rivermind transforma el cerebro de Amanda en un canal donde los anuncios publicitarios no solo aparecen, sino que emergen involuntariamente como parte de sus pensamientos y conversaciones. La protagonista comienza a recitar eslóganes y frases promocionales sin poder controlarlo, como si estos mensajes publicitarios se hubieran apropiado de su conciencia. Este fenómeno no es casual ni accidental: la empresa utiliza la tecnología para convertir la mente humana en un espacio comercializable, donde cada palabra o pensamiento puede ser una oportunidad de monetización. Rivermind convierte la salud y la vida misma en un modelo de suscripción, en el que mantenerse "funcional" implica pagar tarifas cada vez más altas para evitar que los anuncios se apoderen completamente del individuo.
Lo perturbador del episodio no radica únicamente en la presencia de la publicidad, sino en cómo esta invade el terreno más íntimo de una persona.
Su identidad, su autenticidad, sus vínculos afectivos. La mente de Amanda deja de ser completamente suya, y eso provoca una angustia devastadora tanto en ella como en su esposo. La publicidad, en este contexto, deja de ser un elemento exterior que se puede ignorar o evitar; se convierte en un parásito integrado al pensamiento, en una forma de colonización mental que pone en duda la noción misma de libre albedrío.
"Gente corriente" ofrece una crítica feroz a los modelos económicos contemporáneos que extienden la lógica de la suscripción a todas las esferas de la vida, incluso a la salud. También pone en evidencia los riesgos de una economía de la atención llevada al extremo, en la que cada segundo de conciencia puede ser capitalizado, incluso cuando se trata de salvar la vida de un ser querido. En lugar de idealizar la publicidad, el episodio la representa como una amenaza invisible pero omnipresente, una consecuencia de confiar ciegamente en soluciones tecnológicas sin considerar sus motivaciones comerciales ni sus efectos colaterales.
Al final, lo que queda no es un mensaje optimista, sino una advertencia sobre hacia dónde nos puede conducir un mundo donde la tecnología se mezcla con el cuerpo y la mente bajo los principios del lucro. La publicidad deja de ser un simple anuncio y se convierte en una intrusión insoportable, una manifestación del precio oculto que se paga cuando la supervivencia depende de quién pueda pagar más por mantener la mente libre.

