Por Redacción - 27 Marzo 2018

Si una cosa ha ido quedando más o menos clara en los últimos tiempos en lo que a los consumidores se refiere, es que cada vez tienen ventanas de atención más pequeñas. Nuestro límite en lo que toca a soportar anuncios es cada vez más bajo. Nos cansamos muy rápido del mensaje publicitario, especialmente cuando este llega en un entorno más intrusivo. Y quizás nada más intrusivo que los anuncios en vídeo, que se muestran justo antes de que podamos ver el contenido y a los que tenemos que esperar a que terminen para poder acceder a lo que realmente importa.

En algunos casos, la publicidad en vídeo es muy molesta, porque está dentro de una suerte de serie de contenido de la que parece imposible deshacerse. Es lo que ocurre en muchos medios online, que antes de dar paso al vídeo que el internauta quiere ver sirven una lista de anuncios que no se pueden saltar y ante los que hay que esperar con cierta paciencia.

Para el internauta, la experiencia es muy molesta y más molesta resulta además si el vídeo en cuestión que espera al final es mucho más breve que la publicidad (o más o menos de la misma duración) o si el vídeo que el medio sirve ni siquiera es propio (nada más frustrante que sufrir una lista de anuncios para ver un vídeo que el medio ha simplemente embebido de YouTube).

Pero ese no es el único problema. El problema está también en la duración de los anuncios. Cuando se empezó a servir publicidad online y, sobre todo, cuando se empezó a hacerlo con vídeos, los anunciantes empezaron a reciclar formatos ya conocidos y anuncios ya usados. Y, así, el anuncio de 30 segundos saltó de la televisión a la red.

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